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sábado, 10 de septiembre de 2011

miércoles, 29 de junio de 2011

Cuento: Segunda Oportunidad


                                                  Sandra Tavarez 

  Las calles de la ciudad lucen despejadas a estas horas de la mañana, mientras conduces tu vehículo en dirección a tu trabajo, vas organizando mentalmente tu agenda para el día; los números en el semáforo te advierten que va a cambiar a rojo, así que aceleras y entonces sientes el impacto. Tu vehículo empieza a dar vuelas en todas direcciones hasta que se detiene contra un poste del alumbrado público. Estás aturdida. No puedes ver; pero escuchas voces que se acercan apresuradamente y una vez junto a ti, alguien asegura que estás viva. Te trasladan a un hospital y ya en el área de emergencias todos corren en tu auxilio y entonces te desvaneces.

    Despiertas, y la sonrisa en el rostro de tu madre te asegura que estás bien. Esto te tranquiliza; sin embargo, preguntas qué sucedió. El doctor te confirma que has estado en el hospital por tres días y que debes permanecer uno más.
Sales del hospital y una semana después te diriges a tu trabajo. Recuerdas las palabras de tu madre quien asegura que Dios te ha dado una segunda oportunidad. Entonces recuerdas la propuesta de Eduardo de hacer el tours por Europa que habían planeado desde los lejanos días universitarios. Decides que hablarás con tu jefe y le solicitarás unas vacaciones.
     Llegas a la oficina y entre la cantidad de papeles que se han acumulado y los 167 e-mail que tienes en la carpeta, todos importantes, algunos urgentes no sabes que atender primero. No obstante, sabes que en una semana tendrás todo al corriente de nuevo. Dejas todo como está y te diriges a la oficina de tu superior para explicarle que quieres tomar vacaciones dentro de quince días. Él, en su tono más elocuente, te recuerda que has estado fuera durante muchos días, por lo tanto, sería imposible siquiera pensar en ausentarte. Te quedas sin aliento. Regresas a tu oficina. Paseas vagamente la vista por el montón de papeles en tu escritorio. Escribes una carta con tu dimisión. La entregas y te marchas.
Un viento nuevo toca tu cara al salir y decides que vas a aprovechar tu segunda oportunidad. Llamas a tu amigo y empiezan a organizar los preparativos para el viaje. Dedicas algo de tiempo a tus familiares. Notas que la mayor de tus sobrinas, ya tiene tu estatura y lamentas no haberla visto crecer. Entre gritos, música estridente y peleas infantiles, no extrañas la soledad de tu apartamento. Quizás por eso te invade cierta nostalgia cuando abordas el avión con destino a París. Una vez allí la magia del Viejo Continente te atrapa y te dejas envolver por aquella mezcla de culturas, paisajes y monumentos. Mientras atraviesas el Canal de La Mancha descubre que, por primera vez en mucho tiempo, eres feliz. Y lo gritas. Todos en el Ferry parecen estar de acuerdo contigo y tu amigo Eduardo te aplaude.
Al llegar a Ámsterdam, la realidad sobrepasa tu fantasía y tu vista queda perdida en un mar de tulipanes: primero rojos, luego amarillos. En medio de aquel espejismo, Eduardo se te acerca como nunca antes, rodea tu cintura con su brazo, toca delicadamente tu cabello y te besa, por eso no alcanzas a ver los molinos de viento.
El viaje continúa, pero al llegar a Viena sabes que todo ha terminado.
Abordas el avión con destino a casa. Ahora vas de la mano de quien fuera tu mejor amigo.
Llegas a tu apartamento y decides que es muy tarde para llamar a tu madre. Aunque estás loca por contarle acerca de tus planes matrimoniales. Sientes un ligero dolor de cabeza, tomas una ducha y te acuestas. El cansancio, termina por dormirte.
Una claridad inusual en tu habitación te despierta. Sin entender lo que pasa, abres lentamente los ojos. El dolor no te permite ver con claridad, pero divisas una sonrisa en el rostro de tu madre quien con lágrimas en los ojos, llama a voces al doctor diciendo que por fin habías despertado.

miércoles, 8 de junio de 2011

TALLER DE NARRADORES DE SANTIAGO

Facilitador: Máximo Vega

El Taller de Narradores de Santiago se fundó hace unos años ya -trece, para ser más específicos-, en los salones de Casa de Arte. Yo trabajaba como editor de video en TeleUnión, y allá me reuní con Ubaldo Rosario para plantearle la idea de crear un grupo que se encontrara semanalmente, pero cuyas intenciones no fueran las de leer poesía, sino narrativa, puesto que ambos éramos narradores y todos los talleres de la ciudad estaban dirigidos a la poesía. La semana siguiente nos reunimos él, yo, y Andrés Acevedo. Todavía el taller no tenía este nombre.

 Una semana después llegaron Puro Tejada y El Ruso, y Puro propuso el nombre, que es el que se ha quedado. Empezaron a llegar más miembros: efímeros, muchos, y otros que nos acompañan desde el principio. Ha habido escinciones, desmembramientos, diferencias, pero nos mueve un fin primordial, por encima de cualquier egoísmo  personal o necesidad de notoriedad: la literatura. Del Taller han salido 
varios nombres ya conocidos  en las letras nacionales, o que empiezan a darse a conocer (es notable que algunos de los más importantes sean femeninos): Andrés Acevedo y Puro Tejada, que realmente son poetas, pero que han pertenecido al taller desde el principio; nuestra gran amiga Rosa Silverio, que ahora vive y hace gestión cultural en España; Luis Córdova; Altagracia Pérez, que se casó en Eslovaquia; Sandra Tavárez; Johanna Díaz; Ubaldo Rosario; Ramón Gil; Víctor Estrella, que ha sido de los últimos en llegar y al mismo tiempo es uno de los integrantes más fieles; Sandy Valerio; Israel; El Ruso; Mito; Nelson Julio Minaya, ya fallecido, etc. Nombres que se escapan, escritores de otros países que han vivido en Santiago y han asistido regularmente al taller, escritores dominicanos que asistían al taller pero que ya no están en la República Dominicana. La actual fiscal de Santiago, Jenny Berenice Reynoso, periodistas como Mercedes Guzmán., escritores en ciernes que se han marchado a Nueva York y se los ha tragado la ciudad... porque cada miembro del taller, si aún no lo sabe, continúa siendo miembro por los siglos de los siglos, aunque ya no asista a un grupo que se prestigia con esos nombres, no al contrario.
 Hemos recibido a Virgilio Díaz Grullón, José Acosta, César Zapata, Pedro Valdez, Emelda Ramos, Avelino Stanley, Manuel Llibre, algunos escritores han participado un solo día en el taller, y no han regresado más. Una semana llegó una pareja de evangélicos que, luego del análisis de la novela "la Virgen de los Sicarios", y de ver la película basada en la novela, no volvió más. Nos han visitado miembros del DNI, escritores de novelas de vampiros y autores de libros de autoayuda. Sin esa apertura tan total, seguramente el taller hace ya mucho tiempo que hubiese desaparecido.
Hemos publicado dos libros, conteniendo trabajos de los miembros. Son libros desiguales, por supuesto, al lector le toca juzgar la calidad de los diferentes textos, no a nosotros, que solamente mostramos. Exponerse es una de las condiciones más difíciles que se le exige a un artista, pero lamentablemente se escribe para los demás. Hay un taller en la capital que se llama "Taller de Narradores de Santo Domingo", en honor al nuestro.
 Todo esto viene a colación debido a que el 24 de este mes el Taller Literario Virgilio Díaz Grullón del CURSA-UASD nos hará un reconocimiento. También nos hicieron un reconocimiento en el II Festival Nacional de Narrativa, y me parece que todos los reconocimientos al taller se deben a a la perseverancia, a la terquedad. En mi caso, no asisto ya regularmente al taller, y sin embargo ha seguido funcionando. Antes nos reuníamos en Casa de Arte, hoy lo hacemos en el Centro de la Cultura de Santiago. La intención nuestra (y cuando digo nuestra no estoy pluralizando la primera persona, sino que me refiero a todos los miembros del taller que asisten regularmente cada sábado) es la de juntarnos cada semana y hablar de literatura, nada más. En una ciudad y en un país en el que existen tan pocos lugares para dialogar sobre arte, hemos tratado de construir un espacio. Y quizás, por esa ausencia de intenciones que no sean el amor a la literatura, el sentir un gran vacío sino hablamos sobre literatura, el taller ha sobrevivido tanto tiempo, y por eso empiezan a premiarnos: debido a la perseverancia, a la terquedad.




lunes, 31 de enero de 2011

EL GOTERO ROJO

Por Johanna Díaz

“Ámame o muere”, así inicias tu conjuro, resplandece el suelo de la habitación alfombrado de velones, liquidándose la cera, brillando cada llama mientras se refleja, todo parece arder bajo la luz sincronizada de ese fuego omnipresente, “ámame o muere” repites entrelazando dos cordones uno rojo y otro negro, los atas con siete nudos. En un rincón del reducido espacio que ocupas, se consume incienso en una lata mientras el humo nubla la estancia, se cierne un calor que abrasa, no hay ventilación, así que te desvistes toda quedándote con ese trapito rojo en las manos, el panty usado y manipulado para los fines del ritual, entonces danzas al ritmo de tu propia voz, te contorsionas, transpiras, sientes que te evaporas, que te reduces conforme corre el sudor por tu piel y te humedece el cabello. Para soportar mejor aquel asfixiante momento cierras los ojos que enrojecidos arden con el humo y también porque quieres concentrarte, sigues tu movimiento mientras dices constantemente “ámame o muere” convencida, entregada al momento y ya finalmente poseída tu voz se eleva mientras se te escurre como lava entre los muslos la sangre pesada y ardiente, esta emana de tu ser tan furibunda como tú, a borbotones cayendo en el suelo en gruesas gotas, este momento lo aprovechas para detenerte y contener la más posible en un gotero, solo entonces has salido del trance que te enajenaba, pero vuelves a cerrar los párpados y prosigues con toda tu energía. Lo visualizas a él haciéndote el amor, a él que no te corresponde y tú lo sometes, lo dominas, en tu cama, en tu cuarto, para que te lleve al fin lejos de esa miseria para siempre, entonces gritas hasta que las paredes no contienen el sonido gutural y descontrolado de tu voz desaforada, temes que te escuchen pero ya no puedes detenerte, ignoras la fuerza que se apropió de ti, te despierta tu propio escándalo.

Incómoda y perpleja enciendes la luz, tu mirada vidriosa se pasea por la habitación, te levantas, abres la única ventana para controlar el calor y la humedad que te han distorsionado el sueño. Aquella pesadilla incipiente es el reflejo de una realidad recién ocurrida: la cera y el incienso impregnan el lugar, también se percibe el rastro del fuego en el olor a quemado, todavía humean en la lata las cenizas, en la mesita de noche te aguarda el gotero rojo por su contenido.

No transcurre mucho tiempo para que vuelvas a dormirte, amanece y sabes el afanoso día que te espera antes de que se celebre la dichosa boda de Italia, porque a tu mejor amiga se le ocurrió casarse, la atacó ese síndrome de los veintiocho que tú misma disimulas. ¿Qué más puedes hacer sino asistir al teatrito ese? Irás elegante, irradiando belleza, brillarás vestida de turquesa, todo esto lo piensas mientras contemplas el vestido tendido encima de la cama, “si él no fuera tan hipócrita” comentas volviéndote nuevamente hacia el gotero justificando de antemano las atrocidades que harás esa noche y desconociendo aquellas que improvisarás “Ámame o muere” vuelves a murmurar recordando que debes repetir estas palabras cada vez que llegan a tu pensamiento.

Que incomodo es ser mujer, piensas esto porque la luna te influye y aqueja en ese momento, dejas correr el agua fría por tu cuerpo consciente de que inmediatamente salgas del baño sentirás calor, desenredar esa larga cabellera es una odisea; pero “quien quiere moños bonitos aguanta jalones”, te vistes con una camiseta más estrujada que tu ánimo y sales a la calle antojadizamente mal vestida, a fin de cuentas las cosas serán muy diferentes en la noche “ámame o muere” repites constantemente hasta llegar al salón de belleza donde se te escurre el tiempo. Llega el incinerante ocaso y tomas un carro público, transpiras nuevamente y te perturba ese calor viscoso e imperativo que te ordena bañarte “Esa boda debió ser la mía” esta vez pensaste en voz tan alta que todos los pasajeros te escucharon, te sorprendes de tu descontrol.

El carro se detiene donde termina el asfalto, debes proseguir a pie por la calle de tierra, el sol se tiende a tus espaldas mientras prevalece la llama ardiente del día de verano, de ese esperado sábado. Tres motoristas levantan la polvareda que se adhiere a tu cuerpo sudoroso, llegas finalmente a la pensión donde vives, subes las escaleras y ya en tu cuarto te sientes pequeña en ese espacio donde sustrajeron el abanico, la televisión y otra camita de plaza y media igual que la suya. “¡Qué sola estoy!” murmuras “Ámame o muere que si no eres mío no serás de nadie” dices hastiada mientras nuevamente una fuerza de tu ser dirige una descarga hacia el exterior.

Terminas de bañarte y vestirte, has contemplado con satisfacción tu reflejo en el espejo que te pertenece, llamas un taxi con el último minuto del celular, te armas con el gotero destinado a hechizarlo, él estará ahí a merced de tu mezquindad y de una creencia en algo que hasta tu mismo cuerpo desecha por inútil.

Llegas a la recepción y todos te saludan, ellos te rehuirían de saber que en ese brindis del que formas parte, viertes esas putrefactas gotas en cada copa y vaso que alcanzas y que tocan labios masculinos, bebes con cada hombre que te atrae, incluso compartes un momento con el novio en cuyo vaso haces una entrega especial, rojo aquí y allá tantas veces como puedes, te excedes y bebes la noche entera: champagne del que Italia te reservó, whisky del que toma Juli, cerveza de la guardada para la reseña del día siguiente y continúas riéndote mientras un traspié te rompe el tacón de la zapatilla, te descalzas, que siga la fiesta, estás vergonzosamente ebria, pero eres una VIP, por eso tomas lo que se te antoja, tragas hasta que arde tu garganta y cantas como si estuvieras en un karaoke por eso Juli te lleva aparte mientras vociferas “ámame o muere” con delirio, nuevamente frenética como en el ritual y ella no te comprende, ha llegado la hora de llevarte a casa anticipadamente porque ya no puedes estar entre la gente. Italia no ha visto nunca semejante borrachera, menos en ti que criticas a los beodos y que raramente bebes, ella siente un ligero pesar y tu estado casi te hace escupirle que la detestas por casarse con tu hombre, llevarse sus pertenencias de la habitación dejándote despojada y duplicando tus gastos ¡maldita sea!

Vuelves en taxi tal como te fuiste, Juli te tira en la cama donde caes dormida ¿La pasaste bien? ¿Tanto crees que lograrás algo con ese espectáculo que armaste? Has imaginado que una fila de hombres tocará tu puerta deseándote, ¡que irreal! sigue durmiendo y estarás soñando. El sol meridiano te despierta, el calor insoportable nuevamente se presenta, tú te levantas, te diriges al espejo aún vestida de azul desorientada por la soledad y la resaca, la sed te irrita y antes de poner el café escuchas unos toques ligeros en la puerta, te vuelves pensando en la rapidez del hechizo, “que efectivo” te dices mientras alisas con tus manos el cabello desaliñado, ahora los toques se escuchan con más insistencia y acompañados de una voz melodiosamente masculina: “Buenos días” llama desde fuera y te aprestas para abrirle, contenta y orgullosa; “Buen día mire se que usted no me conoce porque anoche la trajo una amiga suya un poco happy” dice medio burlón el hombre, “yo soy el taxista que la trajo, es que se le quedó esto”, y te muestra el gotero que le arrebatas, él te mira con deseos de no trabajar, de que lo invites a pasar. “¿Desea tomar un juguito, un poco de agua?” preguntas con un tono agradecido y él responde afirmativamente feliz de tu cochina cortesía para caer en la trampa de tu obsesión y apurar hasta el último sorbo tu sangre diluida en refresco rojo.

viernes, 7 de enero de 2011

LA TRAGEDIA DE RITA CELESTINA

Dr. Víctor Estrella Rodríguez

Las campanadas volvían a temblar, las campanas volvían a vibrar, las campanas volvían a tañer, las campanas volvían a llorar. El pueblo de Colomba escuchaba las campanas; los habitantes de colomba sentían el saludo eterno de las campanas.

Los pobres, los ricos, los pordioseros, los limpiabotas, los carretilleros, los policías, los vendedores, los vagos, los ladrones, los egoístas, los malvados, todos escuchaban el ladrido de las campanas de la iglesia de Santa Patricia, situada en el centro del pueblo de Colomba.

Rita Celestina oyó ese día muy temprano el repiquetear de las viejas y oxidadas campanas de la arcaica iglesia.

Rita Celestina daba vueltas en su cama; inquieta, como si estuviera esperando una tragedia. Rita Celestina pensaba a una velocidad vertiginosa y abruptamente los pensamientos se apretujaban unos a otros. Rita Celestina abrió los ojos, se incorporó como un resorte del lecho descompuesto y con gritos enloquecidos, lamió las paredes de la habitación, mientras en la distancia las vibraciones de las vetustas campanas dominaban las notas de la garganta angustiada.

Los días pasaron igual que todos los días, rutinarios, calurosos, con las mismas gentes, la misma vocinglería callejera, el mismo limosnero en la misma puerta de la misma iglesia, el acostumbrado vendedor de dulces a la hora acostumbrada; el típico botellero con su típico saco resonante a la espalda, por la típica calle que a diario hacía el inveterado recorrido.

Los días transcurrían así con esa rutina de años; pero Rita Celestina, no sentía los días de esa manera, para Rita Celestina los días pasaban lentos, los días se hacían interminables…

… ¡Rita Celestina se casaba!, por ella iban a vibrar las campanas de la iglesia de Santa patricia, por ella iban a tañer las gastadas campanas que todos los días la despertaban en su lecho siempre descompuesto, por el movimiento efectuado en su estado de durmiente, mientras agitados sueños se acedaban en su mente.

Rita Celestina había amanecido feliz, en su casa sus familiares reían, cantaban; la casa de Rita Celestina, estaba de fiesta. Los regalos llegaban de todas partes, las felicitaciones llovían, Rita Celestina era querida por todos. ¡Rita Celestina se casaba ese era el acontecimiento del día! ...

… La noche hizo su aparición, en la puerta de la iglesia de Santa Patricia se encontraban Rita Celestina con su hermoso traje de novia, mandado a confeccionar a Francia por el famoso modisto Andreau del Solutou; dicho traje era de organiza de estilo primaveral con aplicaciones del más fino encaje y perlas cultivadas.

Portaba la primorosa novia un ramo de bellos claveles amarillos y blancos, haciendo contraste con primorosos tamitos de ensueños. ¡La novia estaba preciosa!. La iglesia estaba decorada, banco por banco y a los pies del pasillo se extendía una carísima alfombra roja, un coro entonaba el cántico emotivo del “Ave María”. Rita Celestina iba del brazo de su tío, que ahora hacía las veces de padrino. Las luces de la iglesia se reflejaban en sus hermosos y primorosos ojos; su piel sutil y blanca, sus labios rojos hasta el pecado; su paso erótico hasta en el pensarlo, todo su cuerpo era un faro de sensualidad y locura.

Cerca del altar Raymundo Mosentor esperaba su diosa. Raymundo Mosentor era un joven de los más ricos de Colomba y los familiares de Rita Celestina y Raymundo Mosentor ejercía el dominio de casi todas las riquezas agrícolas y ganaderas de los alrededores.

Llegaron al altar, las flores colocadas en todo el rededor de la iglesia, llenaban el templo de un olor celestial.

Los cirios brillaban alegres, el pueblo se aglomeraba entre bancos y pasillos, mientras el murmullo se impregnaba en la totalidad del templo.

El cura juntó las manos de los novios y cuando se disponía a bendecirlos y convertirlos en marido y mujer, cinco disparos retumbaron en el recinto sagrado, a la vez que Raymundo Mosentor caía en un charco de sangre y Felipe Antero se Disparaba un tiro a la cabeza.

Todo fue un caos, Rita Celestina se arrodilló al lado del cuerpo inmóvil de su querido Raymundo… el templo se había convertido en gritos, huidas, desesperación, miedo y alarma. Felipe Antero era amigo de Rita Celestina que con mucha frecuencia le acompañaba en su casa, en largas y alegres veladas, pero nunca había mostrado hacía ella una actitud dispar a la amistad sincera, más aún no había demostrado descortesía alguna en la preparación y arreglo del matrimonio de Rita Celestina, él había sido el primero en ayudarle, ahora parecía paradójico que sabiendo Felipe Antero, cuanto quería Rita Celestina a Raymundo y aún así le haya disparado a quemarropa, precisamente en el instante de su gran felicidad. El revolver aún humeaba en la mano derecha de Felipe y su mano izquierda casi tocaba el hombro ensangrentado de Raymundo, contenía un arrugado papel, el cual con desespero tomó Rita Celestina y leyó: “Rita por amarte tanto lo he hecho”.

La voz corrió en la ciudad, al otro día enterraron a Raymundo y a Felipe, Rita Celestina no fue al entierro.

Pasaron los meses y nadie veía a Rita Celestina. La bella dama después de la tragedia, se había recluido en su alcoba y ni su madre, ni su hermana Mayra Celestina, ni sus amigos habían podido convencerla para que cambiara su decisión a permanecer incomunicada.

Al año de encierro voluntario, Rita Celestina salió por primera vez de su habitación. Por vez primera se enfrentaba a su familia, amigos y conocidos; por vez primera iba a tener una conversación después de un año de encierro.

Nadie esperaba que saliera, todos estaban sentados a la mesa cuando Rita Celestina se presentó en el comedor y con una bella sonrisa dijo: “Hoy he nacido”, todos sonrieron admirados.

Rita Celestina hacía un año que no se dejaba ver el rostro, la comida se la pasaban por una pequeña ventana y sus pocos deseos los escribía en un papel.

Todos quedaron perplejos, nadie se atrevió a moverse y Rita Celestina con toda naturalidad, como si nunca hubiera estado encerrada ni alejada, como si fuese algo de todos los días dijo: “ ¿Me invitan?”… rápidamente todos salieron de su estado de sorpresa y buscaron una silla, donde la dama se sentó. Estaba preciosa; el año de encierro había aumentado su hermosura. Sus ojos despedían un brillo extraño y sus labios suspiraban al hablar, como una diosa al lanzar un beso al Universo.

Los días transcurrieron… todo el pueblo se enteró de la salida de Rita Celestina y todos la vieron por las calles, cruzaban sus saludos, pero nadie se arriesgó a preguntarle nada.

Cierto día llegó a la ciudad un joven ingeniero llamado Armando Arzobispo, hijo de una rica familia del Este. Llegó en un confortable vehículo y casualmente se cruzó con Rita Celestina que iba de compras. (Había pasado un año y seis meses del gran suceso de Colomba). Armando se sintió atraído por Rita y vertiginosamente bajó del vehículo, se aproximó a ella y le saludó con mucha caballerosidad, Rita respondió con naturalidad el saludo y rápidamente entablaron una amena conversación, como si hubiesen sido viejos conocidos, pero era la primera vez que ambos se veían.

Los días transcurrieron tranquilos y Armando y Rita Celestina seguían viéndose con frecuencia, hasta que al cumplirse dos años del suceso de Colomba, Rita Celestina y Armando anunciaron su boda.

El pueblo se alegró, todo el mundo quería a la familia de Rita por lo bondadosa que era.

Volvieron los preparativos de la boda, otro nuevo traje, otra nueva ilusión. Las campanas de la iglesia de Santa Patricia seguían su rutinaria vida de tañer y Rita volvió a cerciorarse de ellas, esas campanas volverían a sonar por fin con alegría. Rita no contó jamás a Armando la tragedia. Este se enteró por los padres de ella. Rita con nadie habló nunca de la tragedia, nadie vio nunca Rita Celestina llorar, ni el día del suceso que conmovió a Colomba.

Llegó el día esperado, Rita estaba feliz, volvió a engalanarse la iglesia… todo estaba dispuesto, la novia a penetrar por la misma puerta, el templo estaba bellamente adornado, el novio esperaba junto al altar… tañeron las campanas, entonó el coro el “Ave María”, avanzó la novia con su inigualable sonrisa por el iluminado corredor, llegaron donde los esperaba el cura. El sacerdote juntó las manos de los novios, levantó una mano y dijo: “El nombre del Señor, les declaro ma… un grito se escuchó en el templo, el coro enmudeció, el sacerdote quedó inmóvil, en el rostro de todo el mundo se dibujó una mueca de espanto. Armando había caído al suelo, rápidamente los cercanos corrieron en su ayuda… pero ahora nadie había disparado. Armando había emitido un grito, Rita se abalanzó sobre Armando… sí… estaba vivo… sus ojos cerrados comenzaban a abrirse, miró a Rita con desconcierto, como si no la hubiese visto nunca, a miró a todos a su alrededor… se miró las ropas de gala y en medio de la expectación de todos se desnudó mientras salía huyendo, a la vez que gritaba: “ ¿Dónde estoy?... ¿Quién soy? Y a cada pregunta hecha, frenéticamente se contestaba con una carcajada.

Armando huyó y nadie jamás supo de él, hasta el cabo de tres meses cuando la Prensa informaba que habían encontrado el cadáver ahorcado de Armando.

Rita volvió desde ese mismo día a su encierro, tampoco derramó una lágrima… el pueblo estaba alarmado por el nuevo suceso.

Pasó el tiempo en Colomba, tres años había transcurrido desde la muerte de Armando (la cual todos recordaban). Rita Celestina a los tres años exactos volvía a salir de su entierro. Su padre había muerto, su madre también, su hermana Mayra cuidaban de Rita Celestina. El encuentro del primer día, fue idéntico del anterior. Rita Celestina estaba hermosa, como si los años no le tocaran un pétalo de su belleza, conservaba su inigualable hermosura… Las campanas de Colomba seguían su rutina y Rita cada vez que las oía reía sin saber por qué.

Cierto día se desplomó la torre de la iglesia y las campanas se silenciaron para siempre. Rita no dijo nada de ese suceso, ni del otro, ni del otro.

Pasó el tiempo, al cabo de cinco años de haberse caído la torre y las campanas, el pueblo seguía su rutinaria vida. Los hombres y mujeres envejecían, los niños se hacían jóvenes y los jóvenes se hacían hombres. Las niñas se hacían flores y las flores emergían de los estanques como bellas diosas destinadas al culto de los hombres. Rita Celestina no envejecía, conservaba su misma fragancia de capullo en flor desde hacía varios años.

Una mañana al ir Rita Celestina a la orilla de un estanque del Parque Nacional, llegó a su lado un apuesto mozo de nombre Iván. Estera, Rita le cautivó con su magnética sonrisa y su Celestina, su corazón palpitó como un trote de mil caballos en alocada carrera. Su diálogo fue breve.

A los dos meses a Rita Celestina era rutinario verle junto a Iván junto al estanque… todo el pueblo comentaba el fatal desenlace de esa unión, todo el pueblo presagiaba la desgracia del nuevo incauto. A Rita Celestina ya le tildaban de bruja y otros de fatal, nadie se atrevía a comentar con Rita los sucesos, pero todas las comadres se volvían a papagayos en esquinas, pulperías, peluquerías y en todo tipo de reuniones… los sucesos de Rita los conocía toda la comunidad.

A Iván le habían contado miles de voces los sucesos, pero él no hacía caso alguno a esos comentarios.

Anochecía, el sol amarillo – rojizo formaba una corona de tonos en el borde de la montaña. Rita celestina se arreglaba en su habitación. Iván esperaba a la orilla del río.

Malignos pensamientos cruzaban la mente del enamorado, su pasión era insosegable, sentía desgarrar el velo de misterio de su virginidad, quería hundir en sus entras las instintivas fuerzas de su furia masculina. Estaba nervioso; esperaba la cita con ansiedad… ¿Vendrá o no vendrá?... Los minutos se hacían eternos. Rita Celestina iba para la cita, como para todas las otras, pero no se imaginaba que en la mente de Iván (hasta el momento tan respetuoso) se fraguaban ocultas maquinaciones. Hacía cuatro meses que se conocían, tres que se amaban, dos que se dieron el primer beso y ahí en adelante todo fue besos, besos y más besos.

Pero Iván no había podido tocar jamás el cuerpo de Rita Celestina, ésta no se lo permitía.

- Llegó la hora, por el sendero apareció la figura inconfundible. Traía unos zapatos bajos, un vestido sencillo donde se apreciaban sus dotes más valiosas de mujer hermosa. Iván corrió a su encuentro. Le besó los labios, la abrazó, le siguió besando locamente el rostro, sus ojos, el cuello… a cada instante el abrazo se hacía más fuerte, la respiración más profunda, los besos más apasionados. En eso Rita trataba de separar a Iván, con delicadeza, pero éste seguía enloquecido. Rita gritó: “¡Iván déjame!” “¡No me toques Iván! “¡…!” ¡Por favor, no me hagas eso, no!” “¡…!” ¡No Iván Noooo! “¡…Iván continuaba enloquecido… rasgó el delicado vestido y brotaron los senos blancos, erectos, delicados, sensuales; surgieron unos senos núbiles y primorosos, exhibiendo un pezón pequeño y armonioso. Iván no tenía consciencia de sí. Rita se esforzaba por zafarse, pero la fuerza del endemoniado era terrible. Iván succionó con pasión los senos vírgenes, derribó al suelo a Rita Celestina…

Todo alrededor era silencio, sólo se escuchaba el grito desesperado de Rita al defenderse y el profundo respirar de Iván…

¡¡ NO IVAN POR FAVOR, NO, NO, NO LO HAGAS!! ... Iván no oía…

Iván había desnudado por completo a Rita, su intimidad se abrió hacia el negro Universo, al instante en que Iván se despedía de su vestimenta, los cuerpos desnudos luchaban en la arena. Los movimientos eran rápidos, pasionales, insospechados, instintivos, endemoniados, monstruosos, desatinados, salvajes, pero sensuales, muy sensuales.

La Luna se ocultó, el río siguió su curso, las hojas crujieron bajo los cuerpos y Rita Celestina se rindió agotada ante la lucha, ante la penetración del crudo sensualismo de Iván. La respiración de Iván se fue haciendo lenta, Rita había dejado de luchar, Iván paulatinamente fue cayendo en un profundo sueño… Rita se paró delicadamente del cuerpo masculino… tomó sus rasgadas ropas y como pudo las compuso y se vistió.

Iván quedó tirado en la arena, la noche se hacía más oscura. Amanecía, un sol radiante iluminaba Colomba, Rita Celestina escuchó tañer las campanas de la iglesia de Santa Patricia, todo el pueblo escuchó las campanas… las escuchaban pero no la veían, estaban sepultadas.

El pueblo de Colomba estaba asombrado, había encontrado a Iván muerto a la orilla del río. El médico legista dictaminó muerte por agotamiento cardiovascular. Todos comentaron el suceso. Rita se enteró más tarde de la muerte de Iván y dos lágrimas cruzaron por primera vez sus rosadas mejillas.

El pueblo de Colomba aumentó la crítica hacia Rita Celestina. Rita Celestina escuchaba tañer las campanas más fuertes que antes.

Al saber la noticia de Iván se recluyó nuevamente en su habitación, esta vez para no salir jamás, hasta cuando murió a los noventas años sin envejecer.

Las campanas de Colomba todo el mundo las oyó repiquetear, hasta el día en que ella murió, pero nadie había arreglado la torre de la iglesia, nadie había movido las campanas que se encontraban sepultadas entre los asombros de la torre surgieron tocando hasta que el cadáver de la bella Rita Celestina fue sepultado.