Mí querido Gabriel García
Márquez:
Aunque usted lo sabe tanto como
yo, quiero recordarle que nuestra querida Carmen Balcells estuvo aquí unos días
allí por el mes de marzo (o tal vez está equivocado y fue en abril); que nos
vimos varias veces; que estuvo comiendo con Doña Carmen y conmigo en casa; que
hasta anduvimos juntos por la ciudad, si bien un trecho corto porque a mí me
sobran las obligaciones y me falta el tiempo; y sin embargo no me mencionó ni por
asomo. La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira
y de su abuela desalmada. Hágase cargo, pues, de mi sorpresa cuando a mediados
de mayo recibí, enviado por Carmen
Balcells, ese libro alucinante, para cuya lectura no estaba preparado en absoluto
porque ignoraba completamente su existencia.
Aun tratándose de personas hechas
a analizar con rapidez las impresiones que reciben, como es mi caso, se
necesita tiempo para asimilar la lectura de La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira.
Mi mujer refiere que después de leerla estuvo ocho días en que se sentía
caminar por el aire, cruzando por entre árboles y viendo a la gente desde una
perspectiva inusitada, o creía que andaba bajo las aguas, pisando el fondo de la
mar y constantemente rodeada de peces multicolores que la miraban con asombro.
Todo lo que acabo de decir le
explicará por qué he tardado un mes y medio en acusar recibo de su último
libro, pero lo cierto y verdadero, como usa decir el pueblo dominicano, es que
no le escribo para decirle eso, que en fin de cuentas se relaciona con Carmen
Balcells, o con Carmen Bosch, o conmigo o con Eréndira y su historia, y no con
usted; y es de usted de quien quiero hablar en esta carta, si bien quiero
hacerlo a causa de que usted inventó a Eréndira y escribió su triste historia. Yo
no sé si la generación suya ha leído Eça de Queiroz; y no lo sé porque a pesar
de la altísima categoría de su obra, Eça de Queiroz está pasando desde hace
muchos años por un inexplicable período de olvido. Pero mi generación leyó al
gran novelista portugués, y entre las muchas páginas extraordinarias que él
escribió está aquella versión suya de Ulises Odiseo en la que Eça de Queiroz
planteó la tesis de que el que aspira a la perfección aspira al mal supremo.
Por qué? Es acaso porque la perfección está llamada a ser tan sólo una
aspiración, y no una realización del género humano, dado que su realización es
un privilegio e los dioses y no una posibilidad del hombre?
No lo sé ni trato de saberlo. Lo
que sí es que cuando escribía cuentos aspiré a producir el cuento perfecto, y
debido a que me esforcé en conseguirlo y no pude tengo sabido qué se siente
cuando se padece esa ambición; de manera que comprendí muy bien a Queiroz
cuando puso en boca de Ulises estas palabras, dirigidas a la ninfa Calipso,
reina de la isla Ogigia: "El mal supremo, oh diosa, está en la suprema
perfección". Ulises Odiseo decía que en Ogigia todo era perfecto, pero él,
que era un sabio de la vida, no de los libros, sabía que la perfección no era
un bien, y quería salir de Ogigia, cuyo aire mantenía a Calipso perpetuamente
joven, en cuya tierra jamás se marchitaba una flor ni los bueyes se atascaban en el
lodo y en cuyo cielo las nubes nunca se arremolinaban para formar la tempestad;
donde todo, en fin, era perfecto. "Quiero irme de aquí", decía el
astuto personaje de Hornero; "quiero llegar a mi casa de Itaca, tropezar
con la alfombra de la cocina, caerme y gritarle a mi mujer: Penélope condenada,
tú eres la culpable...". Y Eça de Queiroz no andaba descaminado cuando
inventó ese Ulises, porque los pueblos griegos sabían que aquel que lograba
hacer lo perfecto debía, por lo menos, perderse para siempre de la vista de los
hombres. Eso es lo que explica la desaparición de Licurgo y de Solón, que
alcanzaron a elaborar la legislación perfecta para los grupos sociales que
dominaban en sus días la vida de Esparta y de Atenas. El que alcanzaba la
perfección no podía seguir viviendo entre los demás mortales, porque el hombre
común no puede ni siquiera tocar las lindes de lo perfecto, y hacerlo convivir con
el que logra lo perfecto, mantener a su lado al que ha llegado adonde él no
puede llegar equivale a someterlo a una forma de crueldad demasiado refinada, y
por lo mismo, repugnantemente perversa. El vecindario de aquel que obtiene la
perfección debe ser el de los dioses.
Que ellos sean sus amigos, los
que se sienten a su mesa y sus contertulios en las horas de la noche. Ahora
bien, si no está a mano el lugar donde se congregan los dioses, entonces que se
separe de los mortales a la distancia necesaria para que éstos no acierten a
darse cuenta de que su cuerpo genera olor de sudor, de que su carne tiene que
ser sostenida viva con alimentos iguales a los que engulle la gente común; de
que ronca cuando duerme y de que de vez en cuando le grita a su mujer:
"Penélope condenada, tú eres la culpable".
No le pido a usted que se interne
en las selvas del Caquetá; pero después de haber escrito La increíble y triste
historia de la
Cándida Eréndira y de su abuela desalmada, qué hace usted,
Gabriel García Márquez, viviendo entre los hombres comunes? O es que todavía no
alcanza usted a darse cuenta de lo que hizo al inventar a Eréndira y al escribir
su historia "increíble y triste".
Reciba usted el mejor saludo de
su amigo Juan Bosch
Santo Domingo,
3 de julio de 1972.