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lunes, 7 de septiembre de 2020

Eduard Tejada. Cuentos: 1- Alfredito 2- La llamada


Eduard Tejada es cuentista, ensayista y activista cultural. Es miembro del Ateneo Insular desde 2013. Nació en Tenares, Provincia Hermanas Mirabal, en 1979. Se graduó de Licenciado en Derecho cum laude en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), en 2003. Es fundador del Taller Literario Francis Livio Grullón de Tenares, en 2008; fue su coordinador de 2008 a 2011. Ha participado en varios paneles en la Feria Internacional del Libro Santo Domingo. Ganó el segundo lugar en el renglón cuento en el Segundo Concurso Regional de Literatura organizado por la Fundación para la Acción Comunitaria (FUNDACOM) de San Francisco de Macorís, en 2009. Publicó en el 2009 el libro de cuentos Reloj de papel. En 2018 publicó Pienso, luego escribo (ensayos) y De caminos invisibles y lugares infinitos (artículos).

Cuentos: 

1- Alfredito

2- La llamada


Alfredito

Madre soltera y con tres hijos, Teresa tiene que trabajar dobles turnos. Alfredito, el mayor, está por cumplir diez años.

Una condición especial en ese niño obliga a medidas extremas. No hay estufa. Teresa nunca cocina en casa, manda o lleva la comida del restaurante. Los fósforos están prohibidos.

Todo comenzó cuando Alfredito tenía cuatro años. Eran como las once de la noche y llovía. Teresa aún vivía con el padre del niño. La pareja estaba en plena faena amatoria hasta que el humo que venía de la habitación de los niños se hizo sentir.

Todavía desnuda y con la fuerza de su instinto materno, Teresa abrió violentamente la puerta del cuarto. Alfredito estaba inmóvil, sus ojos fijos en las llamas, como hipnotizado. Sus hermanitos, gemelos con apenas un año, sin condiciones de reaccionar.

La madre tomó la manta de la cama de Alfredito y tendiéndola sobre la improvisada fogata, logró sofocar el incendio. La semana anterior, el niño había recibido varios regalos por su cumpleaños por lo que disponía de papel y envoltorios que le sirvieron de combustible.

De visita en el consultorio del psicólogo, el facultativo encontró ciertas tendencias pirómanas. De ahí en adelante, la madre, impulsada por un sentimiento de culpa, dedicó especial atención a su primogénito.

Así fue durante algún tiempo hasta el divorcio. La pensión que pagaba el exmarido no era suficiente. Teresa tenía que trabajar. Dada la situación, los cuidados y las atenciones a Alfredito debieron ser asumidos por una niñera.

Se llamaba Jennifer, una chica a la que los niños adoraron inmediatamente. Tenía instrucciones de no distraerse y concentrarse en “el muchacho del fuego”. Jenny fue tan dedicada, que Alfredito no volvió a quemar cosas por mucho tiempo, hasta que un día ella tuvo que mudarse a otra ciudad. El niño adoptó de nuevo esa actitud taciturna y su semblante, otrora risueño, se tornó sombrío.

Mientras su madre buscaba otra niñera, Alfredito protagonizó varios incidentes. Se armó un reperpero mayúsculo en la escuela cuando, no se sabe cómo, consiguió unos petardos e hizo que estallaran mientras unos payasos actuaban en un salón lleno de niños del jardín de infancia. Las narices rojas y las pelucas terminaron esparcidos por el escenario, luego de que parte de la decoración se incendió y los globos comenzaron a estallar. El público aplaudía y gritaba creyendo con inocencia que todo era parte del show.

La cosa no quedó ahí. En esos días, los empleados municipales se fueron a la huelga. Alfredito observó con deleite como montones de periódicos viejos, cajas de cartón y envases de todo tipo, comenzaron a acumularse en las esquinas.

Una tarde estaba en casa de Amantita, una vecina que cuidaba a los niños mientras continuaba la búsqueda de la sustituta de Jenny. Alfredito se preguntaba cómo hacer arder rápidamente esas montañas de basura. Una sonrisa llena de infantil malicia marcaba su carita de “yo no fui”. Su malévolo plan involucraba: al gato de doña Manta, unos trapos viejos, un poco de gasolina, que conseguiría en el taller de don Julio, y un fósforo.

Las quejas de la dirección de la escuela y de la junta de vecinos no se hicieron esperar. El psicólogo le dijo a Teresa que era imperativo encontrar a alguien con las condiciones emocionales como para lidiar con Alfredito, día tras días, siguiendo sus recomendaciones profesionales.

Sin poder dar más largas al asunto, Teresa acudió a una agencia de empleos. Poco después la llamaron diciendo que habían encontrado a alguien que se ajustaba al perfil.

Después de una experiencia traumática, Rosa había renunciado a su anterior trabajo.

Eres demasiado sensible— le dijo alguien cuando se iba.

Ella no podía creer su suerte. Habían pasado sólo algunos días y ya tenía empleo. Su nueva jefa le dijo, que ella le había causado muy buena impresión y que se notaba que era una persona dotada de una sensibilidad especial.

Teresa la tomó de ambas manos, la miró directamente a los ojos y le dijo:

Prométeme que vas a ser sumamente paciente y comprensiva con Alfredito.

La nueva niñera pensaba con determinación: “Estoy dispuesta a aguantar lo que sea, no puede ser peor que lo de la veterinaria, todavía recuerdo ese horrible olor a pelo quemado”.


La llamada

Es tu primera vez en una celda. Ese sólo hecho es suficiente para incomodar a cualquiera y más si se trata de un destacamento policial dominicano.

El tipo con el cabello pintado de amarillo comienza a mirarte raro. Con la expresión de su rostro parece preguntarte por qué una persona de aspecto decente como tú termina en un lugar como este. Quieres que el tiempo se acelere, para no verte obligado a contestar la ineludible pregunta. La respuesta te avergüenza mucho.

Esperas con ansiedad la llegada de tu abogado mientras repasas en tu mente los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas de tu habitualmente aburrida vida. Piensas, “La verdad que estos desgraciados son eficientes cuando los presionan”.

Tres semanas atrás fue cuando el invariable discurrir de tu existencia comenzó a cambiar. Escuchaste a alguien o algo en tu cabeza, una voz como la de tu padre que te decía: “tienes que evitar el fuego en el cielo”. Esas enigmáticas palabras que podías interpretar de mil maneras diferentes. Elegiste una muy literal.

La sobrina que más quieres, te había regalado por esos días ese maldito aparato que siempre te rehusaste a usar. Seguías escuchando la autoritaria voz de tu padre, la que cuando eras muy joven forjó en ti un alto sentido de responsabilidad, quizás eso fue lo que te impulsó a hacerlo, la viste como una infalible y bien intencionada revelación del más allá.

 

El día anterior a tu apresamiento, las trágicas imágenes que viste en algún noticiero de la mañana para ti fueron una señal de que ese era el momento. “No debo atribuirme el crédito, no diré mi nombre”. Querías permanecer anónimo no porque sintieras que lo que hacías no era correcto, sino porque te considerabas un simple instrumento de la divinidad.

La voz de tu padre seguía martillando con esa frase apocalíptica en tu cabeza. No sería hasta el juicio cuando descubrirías, por el testimonio experto del Doctor Hernando, que el exceso de hierro en tu sangre era lo que te hacía escuchar a Don Plinio González después de veinte años de su partida del mundo de los vivos.

Mientras tanto, seguías compartiendo ese ambiente sofocante y opresivo de la cárcel. La policía había rastreado la llamada que hiciste desde el celular y lo peor era que nadie creería tu versión. Pensarían que eras otro loco viejo tratando de llamar la atención.

Como era de esperarse, tus compañeros de infortunio insistían con la pregunta:

¿Qué fue lo que hicite?, manín.

Sólo querías que el licenciado Martínez agilizara lo de tu audiencia en el tribunal de instrucción, pagar la fianza, poder ir a tu casa a pensar tranquilamente otras posibles interpretaciones para evitar la “inminente” tragedia.

Uno de los policías que hacen guardia en el recinto lleva debajo del brazo el periódico de esta mañana y con expresión burlona en su cara, muestra a los demás reclusos la primera plana, te señala y en tono sarcástico dice:

Señores, saluden al héroe del día.

Aunque no te henchía de orgullo, eras el protagonista del titular principal: “Falsa alarma de bomba detiene operaciones en Aeropuerto de las Américas”.