Ubaldo Rosario Taveras
Leyendo la novela “La Taxidermista” del
escritor Quibian Castillo, descubrí una verdad que se encuentra reposando en
todos los subconscientes de la humanidad de ésta época. Y es que Hollywood nos
está educando a través de sus empresas de sueños. Al leer la obra de Castillo
conocí un término que inconscientemente conocía su significado, pero no el
nombre, me explico. La película “El silencio de los Inocentes”, dirigida por
Jonathan Demme y protagonizada por Jodie Foster y Anthony Hopkins, trata sobre un
enfermo mental que secuestra jovencitas y le quita la piel con el único objetivo
de confesional una vestimenta para sí. A través de este film se encuentra un
diccionario hollywoodense, que define el concepto “Taxidermista”.
La película, ganadora de
varios Oscar, nos informó que utilizar
la piel de un ser vivo y colocarla en un muñeco o un maniquí, para que tenga el
aspecto de un ser real, es lo se conoce como: Taxidermia. Es posible que muchos
conocieran este término, y solo yo lo ignorara, y por esta razón ahora leyendo
la novela de Quibian Castillo, es que comprenda mejor la historia de la Película “El silencio de
los inocentes”.
Tomando en cuenta si la educación o los
conocimientos que nos trasmiten las películas son dirigidas con un fin o no, es
decir con un mensaje sublime, oculto y que nos sugieren ideas, ideas que los
cinéfilos defenderán de manera inconsciente, lo importante es que aprecio leer
los libros más que ver las historias en las pantallas grandes o pequeñas.
Visto que el cine siempre se
ha auxiliado de la literatura para producir sus filme, el gran reto que tenemos
los escritores del siglo XXI, es de escribir historias que no se parezcan a los
guiones cinematográficos (a las películas), sino que sean narraciones donde las
historias, es decir, la literatura se parezca más a la literatura. No es un juego de palabras, tenemos que lograr que
la literatura sea un arte tan complejo que el cine no pueda reproducirlo y al
mismo tiempo tan simple que el lector comprenda y disfrute la obra que está
leyendo.
Y esto lo ha logrado el escritor Quibian
Castillo en su novela “La
Taxidermista”, donde un pintor que pinta cuadros solo por el
hecho de pintarlo, es decir, por el hecho
simple de hacer arte. Como dijo una vez en una entrevista José Lezama
Lima: “Conocí un poeta que escribía poesía en papel de cigarrillos y luego se
le fumaba y respondía, lo importante es crearlo”. Pues con esta misma
concepción de hacer arte por el arte, el pintor pinta cuadros y luego lo
incinera. Hasta que un día cualquiera conoce una mujer que le suplica al pintor
que la pinte desnuda. Una joven hermosa
y con un oficio desconocido para aquellos que no visitan los grandes museos: Taxidermista.
Conociendo el argumento de la
película de “El silencio de los Inocentes”, ya el lector va compaginando la
imaginación sobre las perversiones que ésta mujer tiene, por la razón de tener
un oficio poco común en la vida de los seres humanos, la de quitarle la piel a
un ser vivo para colocarla en un maniquí o un muñeco. El pintor que tuvo que
reconocer que ser taxidermista también es ser un artista, pues éste transforma
a un muñeco y le da la apariencia como si fuera el mismo animal que estuviera
momificado, pero solo los taxidermista conocen la verdad.
Se enamoran y transcurre la
historia. Nosotros los lectores en cambio esperamos que aparezcan los
asesinatos, especialmente la madre de la mujer, que ella tanto odia. Que la
mate con la única razón de hacer arte. Hay un pasado atroz que no voy a contar.
Solo que como lector espero de los
enamorados (porque vamos construyendo nuestra historia paralela en el proceso
de lectura), una caricia o un simple
beso. Camino a Paris, estos dos personajes que quieren visitar el Museo de
Ovre, duermen juntos pero no se tocan. Una historia rara, dos amantes que se
aman, se encuentran en la misma habitación desnudos y no hacen el amor. Es extraño,
pensamos que ella se ha injertado alguna piel y por esa razón no deja que la
toquen. Según va avanzando la historia, el lector reconstruye otra tratando de
darle o adivinar el final de la novela de Castillo. Pero no, nada tiene que ver
con las historia de Hollywood. Es una historia meramente literaria, escrita
para un lector no para un cinéfilo. Es una historia que está haciendo arte pero
un arte simple para el lector y difícil para el cine. Con un esquema narrativo
diferente donde no existe el guión para determinar los diálogos y con tan solo
leer se reconoce quien habla. Saramago sustituye el Guión por una Coma para
determinar el dialogo. Quibian Castillo va más allá, no usa ni guión ni coma,
ni otro recurso para señalar donde hay un dialogo. Simplemente se diferencia el
habla de los personajes del habla del narrador. Tiene este escritor una prosa
limpia, sin ripios, y de vez en cuando llena de poesía. Lograr esto, es hacer
arte, es hacer literatura. Pues casi no se cuenta nada en la novela sino el
mundo interior tanto del pintor como de la taxidermista. Cita:
Tomó el pincel. Se pintó ambos pezones con el
color azul de Prusia. Luego, sopla suave mi cuello. Me estremecí, como un árbol
cuando el viento fuerte balancea y caen al suelo los frutos. Dejó deslizar el
pincel de su delicada mano. La veía ahí, tan cerca de mí, desnudos los dos,
mirándonos, tan ciego, sin el mínimo intento de un mágico movimiento fingido o
no, por los amantes. ¿Sería que ambos estamos sufriendo de la misma raquítica
enfermedad, del desamor? Murmuré para mí, como quien traga una nube de humo.
Vámonos, me dijo, con ese intríngulis que estruja las entrañas, pero no
estrangula. Dio media vuelta, y antes de dar cincos pasos, la paleta y los
pinceles cayeron al piso. Nunca me había sucedido algo similar. El ritmo
precipitado de los músculos cardiacos late dentro de mi caja torácica como
vieja locomotora y el sudor corre como lágrimas sobre aceite, producto de esta
mujer. Le juro, me turbaba los sentidos, igual o pero que Gala a Dalí. Si
deseara, en este instante me acercaría a ella, la sedujera y nos metiéramos en
la cama o aquí mismo en el estudio o el patio;
pero una cosa trae la otra, y la otra, a otras.
Un cineasta podrá rodar la
escena de este párrafo que ha sido citado, pero no podrá aprehender, es decir,
tomar la esencia que se ha narrado. Las cámaras no pueden catar el conocimiento
silencioso que está detrás de la escritura. Y eso es hacer literatura. Cuando
leemos a Quibian Castillo reconocemos que en su novela hay un poder escondido
que jamás el cine podrá capturar, porque las emociones y la travesuras de los
personajes tiene cierta relación de complicidad con el lector, situación que
nunca ocurrirá en el cine, porque las emociones de los personajes son las
mismas emociones del lector y cuando un escritor logra que un lector crea esa
hipótesis, es porque está haciendo literatura.
No debemos
tener como fuente al cine aunque el éste se auxilie de la literatura para rodar
sus películas. Los escritores no debemos auxiliarnos al séptimo arte a
excepción que sea para reproducir una que otra técnica narrativa que la
literatura no haya plasmado. Y esto es lo que he encontrado en la novela de
Castillo, una historia única que nada tiene que ver con aquellas que nos
presenta Hollywood