GONZALO MARTÍN VIVALDI
LA NARRACIÓN Y SU TÉCNICA
Pocas reglas
prácticas caben en este
apartado. Narrar es algo tan personal que
escapa a toda didáctica. ¿Enseñar a
narrar?... Parece casi imposible. Sin
embargo, la mayoría de los tratados de
Redacción dedican
uno
o varios capítulos a la
narración. Por ello, para no desentonar
en el concierto pedagógico,
en las páginas que siguen se recogen algunas ideas de
autores de reconocida solvencia. Sólo recomendamos que
no se tomen
tales ideas al pie de la letra: Valgan como orientación, no como enseñanza irrefutable.
En nuestra vida diaria, todos –unos más y otros menos– solemos
actuar como narradores en más de una ocasión. Si se
nos apura, diríamos que, en el habla
corriente y popular, casi todo es narración. Se cuenta, por ejemplo, a un
amigo el argumento de una película; se
dice a otro lo que nos ha pasado, hace
unos
instantes, al salir del cine; contamos, al llegar a casa, cómo fue la extracción de muelas que acabamos de sufrir; narramos,
con
más o menos detalles, el viaje que
acabamos de hacer por una región
determinada de
Cuba
o
del extranjero;
reproducimos, con diálogo más o menos chispeante, la anécdota de un tipo célebre
de
la localidad, etcétera, etcétera.
Todos conocemos a ciertas personas
que,
espontáneamente, como por un impulso natural, se pasan la vida narrando. Tales individuos, cuando nos
cuentan algo, lo hacen con tal viveza que no parece sino que estamos viendo lo que nos narran. En estos casos, se trata, en
realidad, de auténticos narradores
– modernos juglares en prosa–, aunque
ellos digan, si se les pone en el aprieto,
que
son incapaces de escribir lo que acaban de contamos. Pero esta incapacidad, las más de las veces, es sólo aparente y obedece casi siempre a una
falta de método. Si
estos narradores
espontáneos se decidiesen a coger la
pluma y trasladasen al papel, con la mayor
fidelidad posible, lo que acaban de
contarnos, quedarían luego, al leer su escrito, asombrados de sus propias dotes.
Verdad es que sus escritos tendrían faltas de estilo
o de simple redacción –todas
ellas corregibles y evitables–; pero lo
fundamental, el nervio de la narración, lo que no se aprende, estaría, fijo ya para siempre, en las cuartillas.
.
Hemos dicho
"lo que no
se
aprende".
Con ello
tocamos
un punto muy
interesante del arte
narrativo.
El buen narrador, como todo artista –y perdónese el socorrido y repetido tópico–, nace y se hace. Lo innato es lo que no puede enseñarse. Lo artístico, lo genial en la narración,
no cabe en formulario alguno. Pretender descubrir la fórmula de
El Quijote o de Los hermanos Karamazov, de un relato de Edgar Allan Poe o de un
cuento de Chejov es ardua empresa. Y aun suponiendo –en el mejor de los casos–
que
hubiésemos dado con la fórmula narrativa de los escritores citados, sería
imposible intentar aplicarla a un caso
determinado; entre otras razones porque
sería ir contra los principios de
originalidad y sinceridad. Además, cada narrador es un caso diferente con su modo
de hacer típico y personalísimo.
¿Imitar a Dickens, a Balzac o a Kafka?...
Nadie ni nada nos lo impide. Pero tal
imitación no pasará de ser una copia, es decir, algo sin fuerza, sin vida propia. Las copias, las imitaciones, tienen todas una existencia efímera porque les falca el sello
personal del autor, es decir –repitiendo–, la originalidad y la sinceridad. Como
simple ejercicio, puede imitarse a este o a
aquel escritor, aunque siempre sea más
práctico imitarnos a nosotros mismos.
A pesar de lo dicho, la narración, como
todo arte, tiene que someterse a un orden determinado. "toda construcción, por muy sutil que sea su andamiaje –desde una
casa
rústica hasta una sinfonía–, obedece a unos principios formales y depende de
ciertas leyes psicológicas. Tales leyes y principios del proceso creador narrativo es lo que nos proponemos estudiar a
continuación, sin pretensiones de exactitud matemática. Entre otras razones porque esas leyes y principios tendrán
siempre que adaptarse al tema. No surge
lo mismo ni puede desarrollarse igual la idea de
un cuento que
la de
una
novela: La de un drama que la de un poema
narrativo.
En suma, por ser esta materia muy
discutible, nos limitaremos en las páginas
que
siguen a ofrecer al lector una recopilación de lo más interesante y
práctico que conocernos sobre el tema de la narración,
con algunas notas y
opiniones personales y, siempre,
sin pretensiones de dogmatismo.
¿Qué es narrar?
Narrar es contar una o varias acciones.
La narración es una
escena compleja, y, también, un encadenamiento de escenas. La diferencia fundamental entre
descripción y narración
reside, esencialmente, en el
juego de un factor que se resume en dos palabras: Vida interior. Mientras la descripción –según
Hamlet– se contenta con fijar el aspecto externo de los hechos percibidos por nuestros sentidos, la narración
intenta averiguar o conocer, además de las acciones, sus causas morales; los
sentimientos, el carácter,
en
suma, que
impulsa a actuar a los personajes en un
sentido determinado.
Según el R Shokel, "Lo primero
que hacemos con la descripción para convertirla en narración, es ampliarla... Antes, era
describir un parque con
surtidor, árboles y yedra; ahora, me toca
narrar toda la escena que se desenvuelve en aquel marco natural; antes, describía un patio de butacas y ahora narro las
escenas que allí suceden; antes, describía un barco que navega en noche serena; ahora narro cómo José y el hidalgo navegan para arrojar al mar el escudo señorial".
Narrar –dice González Ruiz– es "escribir
para
contar hechos en los que intervienen personas. Narrar
el desarrollo de una
tempestad, sin aludir más que al espectáculo de las fuerzas movilizadas, es
describir una tempestad. La narración
necesita al hombre, aunque en algunos casos pueda pasarse sin él cuando personifico individuos del reino animal o vegetal y nos cuenta las aventuras de un perro o de una rosa, a los que en realidad se
humaniza".
Lógicamente, en toda narración hay
también descripción. Por tanto, se puede
aplicar aquí la técnica descriptiva, sobre
todo en lo que
se
refiere a la observación y
selección de datos.
Lo nuevo y específico
de la narración,
según el R Shokel, es el principio de la acción. El que narra debe excitar el interés, mantener la atención, despertar la curiosidad. Más antes de estudiar este aspecto psicológico del tema, conviene
que
veamos cuáles son las leyes
principales del arte narrativo.
Según Hamlet. la unidad y el movimiento son las
leyes fundamentales de la narración
de las que se derivan todas las
demás: • La unidad de la narración se consigue con la búsqueda del punto de vista, es decir, el centro de interés de las
ideas y de los hechos. Al igual que en la descripción, el punto de vista nos servirá
de
guía para seleccionar ideas: Las útiles,
serán conservadas; las inútiles,
rechazadas. Esta es, en esencia, la ley de la
utilidad.
Unas veces, el centro de interés de la
narración será el personaje; otras, lo será
la acción central; en
ocasiones atraerá
nuestra atención un objeto del mundo
material; otras veces, será un problema
moral el nudo fundamental de la
narración.
Los detalles útiles, es decir, conformes con el punto de vista, habrá que buscarlos entre los elementos de la narración;
este es el trabajo que los autores llaman
invención o búsqueda de ideas. No se
olvide que una narración
consta de actores,
acción, circunstancias de lugar y tiempo, causas o móviles de los hechos,
modo
o manera de ejecución, resultado y
juicio (Implícito o explícito) de tales hechos.
Pero la narración
no es una construcción fija, sino algo que se mueve, que camina, que
se
desarrolla
y transforma. Este movimiento progresivo
está regulado por la ley del interés. Porque
narrar es contar una cosa (Un hecho o un
suceso) con habilidad, de tal modo que se
mantenga constantemente la atención del
lector. Ahora bien, ¿Cómo se logra el
interés?, ¿Cómo se mantiene la atención?
He aquí un pequeño "intríngulis" que
descansa en tres principios
fundamentales: Arrancar bien, no explicar demasiado
y terminar... sin terminar
rotundamente.
•
Arrancar bien significa que el principio
–el buen comienzo– es esencial en toda narración. Evítense los principios blandos, explicativos, lentos... Búsquese, desde la
primera línea, un hecho, una idea, una escena o un dato significativos,
que
atraigan la atención del lector,• No
explicar demasiado, porque una narración
no debe confundirse nunca con la información. En el reportaje informativo
se debe descubrir todo: En la narración – según Shokel–
hay que "descubrir a
medias un objeto nuevo".
No lo
descubramos del todo porque muere la curiosidad. Narrar, pues, no es explicar, sino
sugerir, es decir, explicar a medias para que el lector colabore con el autor en
la comprensión de la tesis que se le muestra en el relato.• Terminar sin terminar rotundamente; es decir, que la buena narración
no debe tener un final definitivo, seco, matemático. Es más bello, más artístico, el final indeterminado, impreciso, un tanto vago. En nuestra
vida nada acaba de golpe
y porrazo: Todos los
episodios de nuestra existencia acaban sin acabar, y en ocasiones, esos finales son el
principio de otro episodio. La vida, en
suma, es una cadena, cuyos episodios o trances, son a modo de eslabones.
Ni siquiera la muerte es un final definitivo.
Además, conviene dejar al lector un tanto
en suspenso para que él, con su
imaginación, colabore con el autor en la
construcción definitiva del final
inconcluso.
Ejemplo de final inacabado:
De La mujer de otro, de Dostoievski: El
protagonista, marido celoso, vuelve a su casa a hora avanzada de la noche. Su mujer, en contra de lo que él esperaba, está en la casa,
acostada
ya.
El
buen hombre, sudoroso, echa mano al pañuelo: Pero, al sacarlo
del
bolsillo, sale también el
cadáver de un perrillo faldero, muerto durante las aventuras nocturnas de este
infeliz Otelo:
–¿Qué
es
eso?
–gritó
su
mujer–
¡Un
perro muerto! ¡Dios Santo!¿De dónde lo
has
sacado?... ¿Qué has hecho? ¿Dónde
has
estado?¿De dónde vienes? ¡Dime en seguida de dónde vienes!–¡Vida mía! – balbució Ivan Andrevitch–, ¡Amor mío!..Pero dejemos en este punto a
nuestro héroe... Algún día reanudaremos y daremos cima al relato
de sus desventuras. Pero convendrán ustedes, queridos lectores, en que los
celos son una pasión imperdonable; más aún: Una desgracia, una verdadera desdicha...
Maestro indiscutible en el arte de terminar es también Antón Chejov. Señalamos aquí, como finales ejemplares, los
de sus novelas cortas: Lonitch. Una
historia anónima y La dama del perrito.
He aquí los párrafos finales de La dama
del perrito, de Antón
Chejov:
El amor de Anna Sergueevna y el suyo eran semejantes al de dos seres cercanos,
al de familiares, al de marido y mujer, al
de dos entrañables amigos. Parecíales que la suerte misma les había destinado el uno
al otro, resultándoles incomprensible
que él pudiera estar casado y ella casada. Eran como el macho y la hembra de esos
pájaros errabundos a los que, una vez apresados,
se
obliga a vivir
en
distinta
jaula. Uno y otro se habían perdonado
cuanto de vergonzoso hubiera en su
pasado, se perdonaban todo en el
presente y se sentían ambos transformados por su amor. Antes, en
momentos de tristeza, intentaba tranquilizarse con cuantas reflexiones le
pasaban por la cabeza. Ahora no hacía
estas reflexiones. Lleno de compasión,
quería ser sincero y cariñoso. –¡Basta ya, pobre mía! –le decía a ella–. ¡Ya has
llorado bastante! ¡Hablemos ahora y veamos si se nos ocurre alguna idea!...
Después invertían largo rato en discutir, en
consultarse sobre la manera de liberarse de aquella indispensabilidad de engañar, de esconderse, de vivir en
distintas ciudades y de pasar largas
temporadas sin verse..."¿Cómo liberarse, en
efecto, de can insoportables tormentos?... ¿Cómo?... –se preguntaba él, cogiéndose la cabeza entre las manos–
¿Cómo?..."Y les parecía que pasado algún tiempo
más, la
solución
podría encontrarse... Que
empezaría entonces una nueva vida maravillosa... Ambos
veían, sin embargo, claramente, que el final estaba todavía
muy lejos y que
lo más complicado y difícil no había hecho más que empezar.
La ley del interés, cuyos recovecos vamos descubriendo, encierra otro
problema: El de la curiosidad. Y para
despertar la curiosidad del lector, es
preciso
que
haya novedad.
Pero ¿Qué es lo nuevo?
Lo nuevo, en la narración, no es, como en
la información, lo noticioso, sino lo humano. Lo nuevo es lo fuerte, lo vigoroso. No depende, pues, la novedad
del
argumento, sino de cómo y cuánto se
cale
en dicho argumento. Lo nuevo es el
enfoque personal –sincero y original– de un hecho o de una idea. Los argumentos posibles de una narración son limitados.
Lo ilimitado es la dimensión humana de tales hechos. Es preciso convertir
lo individual, en general; lo local, en
universal. Sólo así, el relato de algo que no me ha sucedido a mí, podré sentirlo como
algo mío, a lo
que
yo asisto y cuyo desarrollo me interesa.
Al referirse al interés humano,
dice González Ruiz que dicho interés reside "en
la comprensión de los hechos en relación con los tipos de manera que todos sintamos, al leer, ese estremecimiento que nos produce el toque directo en un
fondo común de humanidad. Sucesos trágicos o pequeños episodios apacibles
tienen interés humano, pero este
procederá siempre de la lógica interna de
la acción narradora,
en la cual veamos al hombre enfrentarse con los problemas
que
a todos nos agitan en nuestro pequeño
vivir diario".
"Si logramos hacer verdaderamente real el
objeto –dice Shokel,
tenemos esperanzas de novedad, porque todo lo real
es individual y, por lo tanto, nuevo,
distinto de todo lo demás. El argumento
descarnado: "Se enamoran, tienen dificultades, se casan",
es cosa viejísima...
Pero el enamoramiento de estos dos individuos concretos, en su ambiente
concreto, su época concreta, etc., es
singular, tiene valor de novedad o al menos posibilidad de tal valor".
En suma –y volviendo a repetir–, lo nuevo es lo humano, si el que narra sabe calar en el fondo y sacar a relucir lo que de "novedoso" late siempre en todo lo que
acontece a los hombres.
Ejemplo:
Un hombre pescando a la orilla de un río, como acontecimiento humano, es un hecho trivial, corriente. Sin embargo, si yo sé acercarme espiritualmente a ese pescador, si acierto a bucear en su alma, puedo descubrir algo nuevo. Y ese detalle nuevo puede estar en el modo peculiar de pescar que tiene ese hombre, en sus gestos, en lo que haga o diga:
Su aspecto es triste. Lanza el anzuelo al
agua con gesto cansado, infinitamente cansado, como si ya no pudiera hacer otra cosa en el mundo. Sus manos, huesudas y delgadas, tiemblan ligeramente con el
propio temblor de la caña. Sus ojos diríase
que
no miran, están como hipnotizados
por
el agua. Y allí, en la superficie tersa de
este remanso del río, se refleja un rostro de hombre de unos cuarenta años: Los
ojos hundidos en las cuencas, marcadas
arrugas y un poco prematuramente canoso... Este hombre no está pendiente de los peces, no parece estar pescando, sino
dejándose llevar
por la pesca... Estoy a unos metros de él y no se ha dado
cuenta de mi presencia, tan absorto está,
tan ensimismado, tan apartado de todo...
Me acerco y toso ligeramente para despertarlo
de su letargo.
Al toser yo, el
pescador se ha revuelto rápidamente,
como
si lo hubieran sorprendido cometiendo una acción punible. Me mira
fijamente, como reprochándome esta intromisión en su soledad... No sé cómo
dirigirme a él y sólo se me ocurre la consabida frase:–¿Qué?... ¿Pican? Y
entonces él, con una mirada dura, acerada (Tiene los ojos grises); una mirada en la que se mezclan la dureza y el sarcasmo, me contesta:–Mal pueden picar..., el hilo no
tiene anzuelo... Etcétera, etcétera...
He aquí lo que podría ser un relato
interesante. Lo nuevo no consiste sólo en que este hombre intente pescar sin
anzuelo. Lo que interesa saber es "por qué" lo hace así. De mí acierto en
responder a esta pregunta dependerá el
interés de la narración.
Escribimos para que se nos lea. Y se nos
leerá si conseguimos ganarnos, atraer la
atención del lector.
Los psicólogos –según recuerda
Schoeckel– suelen señalar como cualidades de la atención: La intensidad, la extensión o número de objetos abarcados y la constancia o
duración.
La extensión es limitada; es decir, que si atendemos
a
muchos objetos, no nos
concentramos suficientemente en ninguno. Lo cual, aplicado a la narración,
quiere decir que no se deben multiplicar los
elementos de una escena ni las incidencias de la acción. "La acción tiene que ser una desde el principio al fin, y una en cada escena. Lo contrario es dispersar la
atención, es decir, disminuirla, y
amenguar el interés".
Lo dicho podría resumirse en el
siguiente principio físico,
aplicable a lo
literario: Lo que se gana en extensión, se pierde
en intensidad.
Complemento de la anterior, es la regla siguiente: La constancia es inversa a la intensidad. Si la atención es muy intensa
tiende a relajarse. Lo que significa que no
conviene abusar de la excitación intensa, sino alternarla con momentos más suaves.
También se relaja la atención si versa
sobre un mismo objeto. Por ello, conviene ir variando la acción única en escenas, incidentes, episodios.
"Un cielo siempre despejado cansaría – dice Guyau–; hacen falta nubes. De las
nubes provienen los innumerables tintes,
las infinitas coloraciones del cielo; sin el
prisma de la nube,
¿Qué sería un
crepúsculo, un amanecer? La sombra es, pues, una amiga de la luz".
En resumen, la atención se regula según
los tres principios siguientes: Extensión limitada, intensidad modulada y objeto variado.
"La narración viva y verdadera –dice Hanlet– saca su interés, su
movimiento, de la realidad, es decir, del recuerdo de unos hechos directamente observados: Es
la ley de la verdad"
Este principio conviene comprenderlo en
su exacto sentido. La ley de la verdad,
bien
entendida, no significa que la verdadera narración
tenga que ser una reproducción, lo más exacta posible, de la
realidad. El realismo puro es el de la cinta
magnetofónica: En arte no se da nunca.
Nadie copia la realidad exactamente, sino
que
todos la interpretamos, cada uno a
nuestro modo o manera, según
nuestra
personal "estimativa". Ni siquiera el documental cinematográfico es realismo puro; lo que tales documentales nos
ofrecen, por muy fieles a la realidad que sean, siempre estará limitado por el enfoque personal del "cameraman".
La famosa actriz de la Comedia
Francesa. Raquel, allá por el año de 1843, escribió la siguiente frase en el álbum del
escritor danés H. C. Andersen: "El
arte es la verdad. Espero que este aforismo no parecerá paradójico a un escritor tan
distinguido como el señor Andersen".
Pero ¿Qué es la Verdad en
arte?... Sencillamente: Nuestra verdad (Ahora con
minúscula), nuestro modo especial y
específico de enfocar el mundo y la vida,
es decir,
la
verdad subjetiva. La verdad
objetiva pertenece al mundo de la Ciencia, no
al del Arte.
El principio enunciado quiere decir que
no se debe escribir sobre temas, ideas, asuntos, hechos, paisajes o personas que no se conozcan personalmente. Esta es la realidad que hay que respetar. Es lo que los filósofos llaman "la vivencia".
Tener vivencia de algo es requisito esencial para escribir sobre ese "algo".
Narrar, en suma, es evocar lo conocido,
aquello de que tenemos experiencia propia. Incluso los más fantásticos relatos tienen que apoyarse
en esa ley de la verdad, sostén y cimiento
de
los mismos.
No obstante lo dicho, podemos vernos en la situación de tener que narrar un suceso
del que
no hemos sido
testigos
presenciales. En este caso, lo mejor es
contar el asunto tal y como nos lo hayan narrado quienes lo vivieron y lo vieron. Como ayuda, la imaginación puede servirnos, siempre que tengamos en cuenta situaciones análogas a
la narrada.
Un ejemplo: Se nos plantea el caso de narrar lo que ha sucedido
a una señora
que,
al subir al autobús y al arrancar este súbitamente, quedó apresada por la puerta automática, con el consiguiente alboroto y protestas de los demás viajeros
del
autobús.
Aunque no hayamos sido testigos presenciales de tal escena podemos
narrarla con visos de realidad, siempre
que
hayamos presenciado alguna vez, en
el autobús,
estos
repentinos
arranques con el consiguiente bamboleo de los
viajeros.
La ley de la verosimilitud, según Hanlet, se expresa así: "No basta con que los
hechos sean verdaderos, es preciso que lo
parezcan para ser bien comprendidos: Hay
que
presentarlos como verosímiles,
indicando causas y motivos de las acciones
y el modo como tales hechos se han
producido".
Lo verosímil, en esencia, es lo que
impresiona por su verdad aunque no haya sucedido nunca. O como dice el conocido adagio italiano: Sé non é vero é ben
trovato.
Cuando una narración
no responde a
estos principios de verdad y verosimilitud,
se dice que es falsa. Pero la falsedad no
depende ni está en relación directa con la
exactitud realista. Un relato puede ser de una exactitud ejemplar y, sin embargo, sonar a falso. Se cae en falsedad porque no se vio el hecho narrado, es decir,
porque no se comprendió su íntima y
esencial
realidad.
Tampoco quiere
decir la verosimilitud que, para convencer al lector, sea preciso razonar
los hechos como lo haría un
filósofo: Basta con presentarlos de tal
modo
que el lector asista
a tales hechos
como
espectador convencido de su
verdad, por muy fantásticos que tales
relatos sean. Un ejemplo: Las narraciones de Edgar Allan Poe.
He aquí, finalmente, lo que, al referirse
a la
verosimilitud, decía Quintiliano: "En primer lugar, tenemos que interrogarnos
atentamente a nosotros mismos para no
decir nada que no esté de acuerdo con lo
natural; después hay que dar causas y antecedentes, no de todos los hechos, sino
de los importantes. Finalmente, hay
que
poner a los personajes y su carácter en armonía con los acontecimientos,
hacer que concuerden con el lugar,
tiempo
y otras circunstancias
semejantes".
"Lo que suele llamarse inverosimilitud, no es un inconveniente en el género novela. Basta con que haya congruencia.
La verosimilitud estética es la congruencia
interna del macrocosmos creado por el
autor, no la coincidencia del libro con el detalle del mundo que hay fuera". (José Ortega y Gasset. Notas sobre "El obispo leproso",
de Gabriel Miró.)"Las
almas de la novela no tienen para qué ser como las
reales; basta con que sean posibles".
(J. Ortega y Gasset. "Espíritu de la
letra".)"Ningún drama puede empezar a vivir en mi espíritu,
si no lo sitúo en los sitios en que he vivido siempre.""¿Por qué condenarse a la descripción de un medio
que
se conoce mal?... Que cada uno explote su campo, por pequeño que sea, sin
buscar la evasión"."Cada vez que en un libro
describimos un suceso tal como lo
observamos en la vida, entonces, casi
siempre, es cuando la crítica
y el
público lo juzgan inverosímil e imposible. Lo que demuestra que la lógica humana que regula el destino de los héroes de la novela apenas si tiene que ver con las
leyes oscuras de la verdadera vida..." (Francois Mauriac. "Le
romancier et ses
personnages")"Antes de escribir un
cuento, se debe prestar el juramento sagrado de no escribir sobre personajes o
lugares que no se
conozcan
perfectamente."De todos mis mil cuentos,
no
escribí ni uno realmente cierto..., pero tampoco escribí nunca sobre una persona
o lugar que no Hubiera quedado impreso en mi memoria por mi propio
conocimiento y observación". (Consejos que da Jack Stait, según artículos
publicados en la revista Meridianos, de
Madrid, en febrero de 1947.)"En todo
caso, más vale elegir cosas naturalmente imposibles, con tal que parezcan verosímiles, que no las posibles, sí parecen
increíbles". (Aristóteles. "El arte poética", cap. IV).