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lunes, 31 de enero de 2011

EL GOTERO ROJO

Por Johanna Díaz

“Ámame o muere”, así inicias tu conjuro, resplandece el suelo de la habitación alfombrado de velones, liquidándose la cera, brillando cada llama mientras se refleja, todo parece arder bajo la luz sincronizada de ese fuego omnipresente, “ámame o muere” repites entrelazando dos cordones uno rojo y otro negro, los atas con siete nudos. En un rincón del reducido espacio que ocupas, se consume incienso en una lata mientras el humo nubla la estancia, se cierne un calor que abrasa, no hay ventilación, así que te desvistes toda quedándote con ese trapito rojo en las manos, el panty usado y manipulado para los fines del ritual, entonces danzas al ritmo de tu propia voz, te contorsionas, transpiras, sientes que te evaporas, que te reduces conforme corre el sudor por tu piel y te humedece el cabello. Para soportar mejor aquel asfixiante momento cierras los ojos que enrojecidos arden con el humo y también porque quieres concentrarte, sigues tu movimiento mientras dices constantemente “ámame o muere” convencida, entregada al momento y ya finalmente poseída tu voz se eleva mientras se te escurre como lava entre los muslos la sangre pesada y ardiente, esta emana de tu ser tan furibunda como tú, a borbotones cayendo en el suelo en gruesas gotas, este momento lo aprovechas para detenerte y contener la más posible en un gotero, solo entonces has salido del trance que te enajenaba, pero vuelves a cerrar los párpados y prosigues con toda tu energía. Lo visualizas a él haciéndote el amor, a él que no te corresponde y tú lo sometes, lo dominas, en tu cama, en tu cuarto, para que te lleve al fin lejos de esa miseria para siempre, entonces gritas hasta que las paredes no contienen el sonido gutural y descontrolado de tu voz desaforada, temes que te escuchen pero ya no puedes detenerte, ignoras la fuerza que se apropió de ti, te despierta tu propio escándalo.

Incómoda y perpleja enciendes la luz, tu mirada vidriosa se pasea por la habitación, te levantas, abres la única ventana para controlar el calor y la humedad que te han distorsionado el sueño. Aquella pesadilla incipiente es el reflejo de una realidad recién ocurrida: la cera y el incienso impregnan el lugar, también se percibe el rastro del fuego en el olor a quemado, todavía humean en la lata las cenizas, en la mesita de noche te aguarda el gotero rojo por su contenido.

No transcurre mucho tiempo para que vuelvas a dormirte, amanece y sabes el afanoso día que te espera antes de que se celebre la dichosa boda de Italia, porque a tu mejor amiga se le ocurrió casarse, la atacó ese síndrome de los veintiocho que tú misma disimulas. ¿Qué más puedes hacer sino asistir al teatrito ese? Irás elegante, irradiando belleza, brillarás vestida de turquesa, todo esto lo piensas mientras contemplas el vestido tendido encima de la cama, “si él no fuera tan hipócrita” comentas volviéndote nuevamente hacia el gotero justificando de antemano las atrocidades que harás esa noche y desconociendo aquellas que improvisarás “Ámame o muere” vuelves a murmurar recordando que debes repetir estas palabras cada vez que llegan a tu pensamiento.

Que incomodo es ser mujer, piensas esto porque la luna te influye y aqueja en ese momento, dejas correr el agua fría por tu cuerpo consciente de que inmediatamente salgas del baño sentirás calor, desenredar esa larga cabellera es una odisea; pero “quien quiere moños bonitos aguanta jalones”, te vistes con una camiseta más estrujada que tu ánimo y sales a la calle antojadizamente mal vestida, a fin de cuentas las cosas serán muy diferentes en la noche “ámame o muere” repites constantemente hasta llegar al salón de belleza donde se te escurre el tiempo. Llega el incinerante ocaso y tomas un carro público, transpiras nuevamente y te perturba ese calor viscoso e imperativo que te ordena bañarte “Esa boda debió ser la mía” esta vez pensaste en voz tan alta que todos los pasajeros te escucharon, te sorprendes de tu descontrol.

El carro se detiene donde termina el asfalto, debes proseguir a pie por la calle de tierra, el sol se tiende a tus espaldas mientras prevalece la llama ardiente del día de verano, de ese esperado sábado. Tres motoristas levantan la polvareda que se adhiere a tu cuerpo sudoroso, llegas finalmente a la pensión donde vives, subes las escaleras y ya en tu cuarto te sientes pequeña en ese espacio donde sustrajeron el abanico, la televisión y otra camita de plaza y media igual que la suya. “¡Qué sola estoy!” murmuras “Ámame o muere que si no eres mío no serás de nadie” dices hastiada mientras nuevamente una fuerza de tu ser dirige una descarga hacia el exterior.

Terminas de bañarte y vestirte, has contemplado con satisfacción tu reflejo en el espejo que te pertenece, llamas un taxi con el último minuto del celular, te armas con el gotero destinado a hechizarlo, él estará ahí a merced de tu mezquindad y de una creencia en algo que hasta tu mismo cuerpo desecha por inútil.

Llegas a la recepción y todos te saludan, ellos te rehuirían de saber que en ese brindis del que formas parte, viertes esas putrefactas gotas en cada copa y vaso que alcanzas y que tocan labios masculinos, bebes con cada hombre que te atrae, incluso compartes un momento con el novio en cuyo vaso haces una entrega especial, rojo aquí y allá tantas veces como puedes, te excedes y bebes la noche entera: champagne del que Italia te reservó, whisky del que toma Juli, cerveza de la guardada para la reseña del día siguiente y continúas riéndote mientras un traspié te rompe el tacón de la zapatilla, te descalzas, que siga la fiesta, estás vergonzosamente ebria, pero eres una VIP, por eso tomas lo que se te antoja, tragas hasta que arde tu garganta y cantas como si estuvieras en un karaoke por eso Juli te lleva aparte mientras vociferas “ámame o muere” con delirio, nuevamente frenética como en el ritual y ella no te comprende, ha llegado la hora de llevarte a casa anticipadamente porque ya no puedes estar entre la gente. Italia no ha visto nunca semejante borrachera, menos en ti que criticas a los beodos y que raramente bebes, ella siente un ligero pesar y tu estado casi te hace escupirle que la detestas por casarse con tu hombre, llevarse sus pertenencias de la habitación dejándote despojada y duplicando tus gastos ¡maldita sea!

Vuelves en taxi tal como te fuiste, Juli te tira en la cama donde caes dormida ¿La pasaste bien? ¿Tanto crees que lograrás algo con ese espectáculo que armaste? Has imaginado que una fila de hombres tocará tu puerta deseándote, ¡que irreal! sigue durmiendo y estarás soñando. El sol meridiano te despierta, el calor insoportable nuevamente se presenta, tú te levantas, te diriges al espejo aún vestida de azul desorientada por la soledad y la resaca, la sed te irrita y antes de poner el café escuchas unos toques ligeros en la puerta, te vuelves pensando en la rapidez del hechizo, “que efectivo” te dices mientras alisas con tus manos el cabello desaliñado, ahora los toques se escuchan con más insistencia y acompañados de una voz melodiosamente masculina: “Buenos días” llama desde fuera y te aprestas para abrirle, contenta y orgullosa; “Buen día mire se que usted no me conoce porque anoche la trajo una amiga suya un poco happy” dice medio burlón el hombre, “yo soy el taxista que la trajo, es que se le quedó esto”, y te muestra el gotero que le arrebatas, él te mira con deseos de no trabajar, de que lo invites a pasar. “¿Desea tomar un juguito, un poco de agua?” preguntas con un tono agradecido y él responde afirmativamente feliz de tu cochina cortesía para caer en la trampa de tu obsesión y apurar hasta el último sorbo tu sangre diluida en refresco rojo.