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sábado, 3 de octubre de 2020

Marlon Anzellotti: Cuento: LA PROMESA y los ensayos: EL MITO DE SÍSIFO y EL MITO DE PROMETEO

 

Biografia:

 Oriundo de Santiago de los Caballeros. Formado en Administración de Empresas y Contabilidad, con especialidad en Alta Gerencia y Maestría en Gerencia y Productividad, en las universidades UAPA y UNAPEC, respectivamente. Imparte docencia en la Escuela de Negocios de la Universidad Abierta para Adultos (UAPA) y en la Escuela de Graduados de la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA). Es miembro activo del Taller de Narradores de Santiago. Cultiva los géneros del ensayo y la poesía. Ganador del segundo lugar del premio de ensayo Pedro Francisco Bonó de Funglode en el año 2013, por su obra "Aljaba de Mitos". Tiene un poemario inédito, titulado "Complicidades". Ha participado en talleres y seminarios relacionados con la creación literaria patrocinados por el Ministerio de Cultura, el Centro León y el Ateneo Insular, así como también en cursos de historia y estética del cine auspiciados por la DGCINE. Pertenece al Club de Cine del Centro de la Cultura de Santiago y al Cine Fórum de Casa de Arte. En su ciudad natal hace vida cultural de manera intensa.

 

LA PROMESA

  El viejo Valentín deja reposar su cansada anatomía en el desvencijado catre de su humilde vivienda. Son incontables las diligencias que viene realizando desde que el candidato ganó las elecciones. Le ha llamado con insistencia, pero de forma recurrente escucha un aviso que le dice: “el número que usted ha marcado no está en servicio.”

Atrás han quedado los agotadores meses de una campaña electoral muy intensa, en la que el viejo Valentín, miembro activo de la junta de vecinos de la barriada, caminaba por todos los callejones, visitando casa por casa, en ocasiones junto al candidato, vendiendo un programa de gobierno basado en una serie de promesas atractivas: “cero delincuencia”, “trabajos seguros”, “salud para todos”, “educación para el pueblo”, “comida barata y buena”. Fueron muchos los “mano a mano”, operativos médicos, sancochos improvisados, reuniones en clubes e iglesias, que realizó.

Ahora, como paradoja del destino, el viejo Valentín, se encuentra agobiado por los mismos males que prometió erradicar el candidato. Los pocos bienes que tenía en su casa fueron robados, la despensa de su vivienda está huérfana de alimentos; no tiene un trabajo seguro, porque su educación no pasó del octavo curso, y ya sus fuerzas no son las de la juventud. Aunque su edad es de sólo 55 años, aparenta muchos más. Su cabeza luce una cabellera poblada por completo de canas, su piel quemada por el sol y llena de arrugas. Su boca con varios dientes ausentes.

El viejo Valentín cifraba toda su confianza en el candidato, a quien conocía desde niño, pues provenían del mismo campo. Cierto día se encontró con él, y éste lo invitó a ser el encargado de campaña en su barriada. Le prometió, que de ganar las elecciones, el sería su hombre de confianza en la comunidad y que lo nombraría para hacer trabajo social con la gente.

Bien, los meses han pasado y ya el otrora candidato se encuentra en el poder. Y aquella promesa sigue incumplida. La gente de la barriada pensaba que el viejo Valentín, a estas horas, estaría disfrutando de las “mieles del poder”, y se han cansado de visitarlo, procurando contactar mediante él, al candidato que le hizo tantas promesas, y que al parecer se ha olvidado de donde queda la dirección del populoso lugar que recorrió palmo a palmo, en tiempos de campaña.

Y como consecuencia de que el candidato se olvidó del viejo Valentín, y no lo nombró en la posición prometida, los que decían ser sus amigos, se han ido alejando, y ya no lo buscan, ni lo llaman y ni siquiera le responden el saludo cuando lo ven en la calle. Le huyen como si estuviera leproso.

Hasta los de la junta de vecinos le han dado la espalda, y lo relevaron del puesto que ocupaba en ella. Y ahora se encuentra sin nada por qué vivir. Solo y sin esperanzas, no tiene deseos de comer de los alimentos que la caridad pública le hace llegar. Hasta tuvo que mudarse de su casa, por no poder pagar el alquiler, a un sitio muy precario, que el mismo construyó con cartón y tablas de tejamaní, con un precario techo, que no es suficiente protección para la lluvia y el frío. Esto le ha acentuado una gripe que parece eterna.

Para hacerse de unos pocos pesos con los cuales amortiguar el hambre, se ha dedicado al reciclaje de objetos, de esos que las personas tiran a la basura. Se ha hecho de una vieja carretilla con lo cual hace su recorrido por toda la ciudad, recolectando cartones, galones y botellas vacías, tanto de vidrio, como de plástico.

Cierto día, amenazada la zona por una creciente inundación de la cañada que los circundaba, los comunitarios comienzan a visitar a todos los que estaban en la zona de peligro, tocan insistentemente la puerta del improvisado refugio del viejo Valentín. Al no responder, se ven precisados a derribarla, encontrándolo acostado en su catre, asido a un cuadro de la virgen de la Altagracia, delirando de fiebre, balbuceando expresiones ininteligibles y con la respiración entrecortada y agónica. Rápidamente llaman a los de la defensa civil, para sacarlo con una camilla. Al levantar su escuálida anatomía, se observa un gastado afiche debajo de él, con el rostro sonriente del candidato que dice: ESTOY CONTIGO.

 


EL MITO DE SÍSIFO

El que el hombre sea consciente de su finitud lo lleva a filosofar. Y una de las cuestiones en que más cavila la mente humana es la relacionada con la razón de nuestra existencia, la cual está llena de avatares, desde el nacimiento hasta el sepulcro. Esta inquietud no es nueva, y también fue planteada por los antiguos griegos, quienes elaboraron un relato mitológico, el mito de Sísifo, el cual motiva la siguiente reflexión.

En la mitología griega, Sísifo, era un astuto rey de Corinto, quien con sus mañas llegó a engañar hasta al dios de la muerte, a quien logró apresar, y por todo el tiempo en que lo tuvo encerrado nadie murió en el mundo. Esto trajo desconcierto y preocupación en el inframundo, y apelaron al padre de los dioses, Júpiter, para que restaurara el orden natural de las cosas. Sísifo no tuvo otra alternativa que ceder y se preparó para irse con la Muerte, pero una vez más actúa con astucia, y le dijo a su esposa que no le hiciese funerales. Esa era una estratagema que le permitiría lamentarse en los infiernos de que no le habían hecho las honras debidas, y así poder volver de nuevo a la tierra. Tanto fue su lamento que le permitieron retornar al mundo por un breve tiempo, pero no cumplió con lo acordado y se le fugó a la Muerte. Ya viejo, y cansado de andar fugitivo, no pudo seguir engañando a la Muerte y nuevamente fue arrastrado a los infiernos. Allá, el dios de ese lugar, Plutón, que no había olvidado al fugitivo, decidió castigarlo de una forma que no pudiera escapar, imponiéndole la severa penitencia de subir una enorme piedra a la cúspide de una montaña, y cuando estuviera llegando a la meta, la piedra se le deslizaría y tendría que volver de nuevo a su punto de origen. Así que una y otra vez, por toda la eternidad, tendría Sísifo que volver a acometer esa ardua tarea sujeta a futilidad y hastío.

Este absurdo castigo representa muy bien la existencia del hombre sobre la tierra, la cual está sujeta a un ciclo de nacer, crecer, reproducirse y morir. Siendo su muerte igual a la de un animal. Por ello, al igual que Sísifo tratamos de burlarnos de la muerte, y usamos cuantos medios sean posibles para retrasar el proceso del envejecimiento. Hasta en un lecho de enfermo se escucha a personas casi centenarias increpar a sus hijos sobre si lo van a dejar morir, porque notan que todavía no lo han llevado al médico.

Lo cierto es que ni el más astuto de los hombres puede escapar a ese destino. A la única verdad: todo el que nace, muere. Lo único eterno y lo único seguro es la muerte. Y la única vida que existe y que puede comprobarse, es la de antes de la muerte. Por ello es que en ese breve paréntesis, desde el nacimiento, hasta la muerte, buscamos maneras de perpetuarnos, sea labrándonos un nombre o teniendo descendencia. Hay quienes como los faraones del antiguo Egipto, elaboran fastuosos mausoleos, pues son sabedores de que esa es su casa de larga duración, y sienten la necesidad de proyectar su nombre a través de las siguientes generaciones.

Pero aún así, el ser humano sigue teniéndole pavor a lo desconocido, y para atenuar ese temor recurre a la ciencia, buscando una explicación racional, o a la religión, buscando darle sentido a la existencia. Con ésta última nos

llenamos de esperanza de que esta vida no es todo lo que hay, que existe un más allá, mejor que la vida presente. Algo muy hipotético, pues nadie ha regresado para dar testimonio de esa vida futura.

Lo cierto es que por más vuelta que se le busque, el derrotero del hombre es semejante al de Sísifo, un eterno retorno, esforzarse para volver al punto de origen. Encadenados a lo absurdo y sin sentido.

El estar conscientes de esta realidad produce agobio, como si estuviéramos llevando una carga pesada subiéndola por una cuesta muy empinada. En el caso de Sísifo, solo en el instante breve en que la piedra se deslizaba al vacío, el podía sentir un poco de alivio, pues acariciaba la meta anhelada, la de que por fin la piedra llegara a su destino. Y en nuestro caso, ya en el umbral de la muerte, en ese breve momento en que expiramos, es que llegamos a entregarnos, como hizo Sísifo, quien no pudo ser un eterno fugitivo de la Muerte, y eso puede producir cierta conformidad.

Es en esa hora de la verdad cuando llegamos a comprender que nada tenemos, que nos vamos tan desnudos como vinimos. Que vivimos no como debimos, sino como pudimos, y eso nos quita un fardo enorme de encima. Sentimos que ya hemos saldado todas nuestras cuentas. De hecho, la pena mayor con la que se puede castigar al criminal más grande es la llamada pena capital, donde el acusado se le quita la vida. Ya con eso queda satisfecha la justicia humana. Por eso es que, tras la muerte, dejan de haber culpables, y conscientes de ese hecho, muchos de los que sobreviven tienden a ser indulgentes con aquellos que mueren.

Entonces, ya que no podemos huir de la Muerte, debemos encontrar una razón para vivir cada día, para así esperar la muerte sin miedos y satisfechos. Que aunque la vida sea incomprensible y caótica, aún así debemos vivirla y rodearnos de cierto orden, comportándonos de acuerdo a nuestra conciencia.

La tarea asignada a Sísifo, tan envuelta en el sin sentido, es a su vez una especie de ancla para este, pues sabe que lo único que tiene en realidad es esa piedra pesada, y no necesita nada más. Nosotros también debemos aceptar la piedra que nos ha tocado y no frustrarnos por no poder realizar todos nuestros anhelos. Nadie logra todo lo que quiere. Se necesitarían muchas vidas para lograr la plenitud de nuestros proyectos.

Saquémosle provecho a cada día. Como se dice coloquialmente, la vida son dos días, y uno de ellos es nublado. No dejemos que el miedo nos paralice. Reflexionemos en el destino que está sujeta toda la humanidad, no con el fin de torturarnos y mortificarnos antes de tiempo, sino para crear conciencia de vivir cada uno de nuestros días de una manera que el día que nos toque partir lo hagamos con una buena medida de satisfacción de que hicimos, no tanto lo que debimos, sino lo que pudimos. Ese será el momento en que de verdad sentiremos la verdadera redención con la entrega de nuestro último aliento.

 


EL MITO DE PROMETEO

La humanidad desde siempre se ha encontrado en un constante conflicto entre la luz y la oscuridad, entre la libertad y la esclavitud, entre la consciencia y la inconsciencia. Nos sentimos como prisioneros en un cuerpo sujeto a corrupción. Con facultades creadoras dignas de un Dios, pero encerrados en un vaso muy frágil, hecho de carne y hueso.

Esta realidad ha marcado el carácter del hombre, y lo ha hecho un eterno inconforme con la realidad que le rodea, buscando afanosamente transformarla, cual si fuera un Dios creador. Precisamente sobre este conflicto, trata un antiguo mito griego, el de Prometeo.

Prometeo era un descendiente de los dioses que era muy afín con la humanidad, y para beneficiarlos, en un acto de coraje, se atrevió a robar el fuego, y enseñar a los mortales a utilizarlo. Con el fuego en su poder, el ser humano se le hizo más fácil transformar el medio ambiente y saciar la necesidad de luz y calor en las horas de la noche. Además de que permitió mayor sociabilidad y transmisión de conocimientos al permitir que grupos de personas se reunieran alrededor de fogatas que le brindaban luz y calor.

Esa acción inconsulta de Prometeo le hizo objeto del odio de los dioses, quienes le castigaron de varias maneras. La primera fue haciéndole una mujer de arcilla, de nombre Pandora, la cual era portadora de una caja con todas las desgracias y males que oprimirían a la humanidad. Era esta una forma de los dioses vengarse de la humanidad, y hacer sufrir a su protector Prometeo. A este último le castigaron directamente al llevarlo a una de las montañas del Cáucaso, donde lo encadenaron y asignaron a un águila que le devorara el hígado, pero como era inmortal, el hígado vuelve a nacerle cada noche, y entonces, al día siguiente, de nuevo el águila volviera a comérselo. Felizmente, el héroe y semidiós Hércules, al pasar por el lugar, mató al águila y liberó a Prometeo de su suplicio.

El mito de Prometeo sintetiza o resume el eterno conflicto entre el hombre y Dios. Prometeo representa una humanidad rebelde, luchadora, sagaz, y ambiciosa, que busca calzarse los zapatos de Dios. El crimen de Prometeo consistió en haber tratado de enseñar a la humanidad a comportarse como dioses, y que un día pudieran llegar a superarlos, pues al darles a conocer los secretos del fuego, podían ejercer dominio sobre la naturaleza y conocerse mejor a sí mismos.

Un aspecto que revela este mito es la constante lucha entre la luz y la oscuridad. Que bien pueden equipararse al conflicto entre el conocimiento y la ignorancia. Ciertos sectores de poder siempre han conspirado para mantener a las masas en tinieblas, pues saben bien que la persona que es ignorante es más fácil de manipular y entrega su voluntad a cambio de alguna recompensa material. Por eso es que son dignos de encomio los “Prometeos” que son capaces de compartir conocimientos que están vedados a la generalidad de la humanidad. Dotando a esta del “fuego”, de la “luz” del conocimiento, que les permitirá romper sus cadenas, y dar pasos firmes en la tarea de transformarse a sí misma y al entorno que la rodea.

El contraste que se observa entre la libertad y la esclavitud es palpable en este mito. Antes del hombre conocer los secretos del fuego y dominarlos, estaba sujeto a la voluntad de seres invisibles a los que llamaba dioses. Esos eran los que provocaban el fuego cuando caían rayos. Al hombre no le era posible reproducir ese fenómeno. Es a partir del descubrimiento de cómo hacer el fuego que el hombre da un salto exponencial que lo convierte en un dominador de la naturaleza, en un creador o modificador de su entorno, que hasta ese momento era inexpugnable. Logró además aminorar los miedos y terrores que provocaban las tinieblas, poder establecerse en lugares de clima frío, moldear armas de metal para hacerse más eficiente en sus labores de cacería, cocer los alimentos (este aspecto singulariza al hombre del resto de los animales), fabricar objetos artesanales y protegerse de las bestias que merodeaban por las noches. Por lo tanto se puede considerar a ese hecho como uno de los más sobresalientes del discurrir humano sobre la tierra. Un acontecimiento que le dio plena libertad al hombre, pues ya no tenía que esperar a que un fenómeno natural, como un rayo, provocara el fuego, por primera vez tenía el control y dominio de este. Era un ser libre y autónomo.

Con relación a la consciencia y la inconsciencia, hay puntos valiosos que nos revela este antiguo mito. El hombre, gracias a la conquista del fuego, se diferencia de todos los otros seres que pueblan el planeta. Demuestra su inteligencia, inconformidad y curiosidad portentosas. Se distingue además por

ser consciente de su entorno e individualidad. No es un ente pasivo. Lucha contra la adversidad y busca superarla. Es interesante que el nombre Prometeo significa: “pensamiento previsor”, y este tipo de pensar es una característica de esos seres humanos emprendedores que han abierto el camino y han hecho posible los grandes avances de que disfrutamos hoy día.

El mito de Prometeo describe de forma muy certera la tendencia inherente que tenemos, que nos impulsa a querer saber, a querer entender, a querer hacer. Buscamos superarnos, ser mejores que nuestros antecesores, derribar todas las barreras y desafíos que se nos presenten. Somos seres libres, con voluntad propia, en nuestro interior bulle el alma de un dios creador, que busca manifestarse de manera tangible. El hecho de que seamos finitos en modo alguno nos retrae, más bien nos acicatea el alma para llegar a donde más nadie ha llegado, aunque eso implique un desafío a los poderes fácticos. Ese libre albedrío es la característica más preciada que gozamos, y que nos hace superiores al resto de criaturas que moran sobre la faz de la tierra. Por lo cual, aunque el castigo sea severo, el hombre siempre estará dispuesto a pagarlo en pro del adelanto científico, de vencer las tinieblas de la ignorancia, de llegar a disfrutar de algo que es tan preciado como el aire que respiramos: la libertad.