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miércoles, 19 de diciembre de 2012

Juan Bosch: Carta a Gabriel García Márquez



Mí querido Gabriel García Márquez:

Aunque usted lo sabe tanto como yo, quiero recordarle que nuestra querida Carmen Balcells estuvo aquí unos días allí por el mes de marzo (o tal vez está equivocado y fue en abril); que nos vimos varias veces; que estuvo comiendo con Doña Carmen y conmigo en casa; que hasta anduvimos juntos por la ciudad, si bien un trecho corto porque a mí me sobran las obligaciones y me falta el tiempo; y sin embargo no me mencionó ni por asomo. La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Hágase cargo, pues, de mi sorpresa cuando a mediados de mayo recibí, enviado por Carmen Balcells, ese libro alucinante, para cuya lectura no estaba preparado en absoluto porque ignoraba completamente su existencia.

Aun tratándose de personas hechas a analizar con rapidez las impresiones que reciben, como es mi caso, se necesita tiempo para asimilar la lectura de La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira. Mi mujer refiere que después de leerla estuvo ocho días en que se sentía caminar por el aire, cruzando por entre árboles y viendo a la gente desde una perspectiva inusitada, o creía que andaba bajo las aguas, pisando el fondo de la mar y constantemente rodeada de peces multicolores que la miraban con asombro.

Todo lo que acabo de decir le explicará por qué he tardado un mes y medio en acusar recibo de su último libro, pero lo cierto y verdadero, como usa decir el pueblo dominicano, es que no le escribo para decirle eso, que en fin de cuentas se relaciona con Carmen Balcells, o con Carmen Bosch, o conmigo o con Eréndira y su historia, y no con usted; y es de usted de quien quiero hablar en esta carta, si bien quiero hacerlo a causa de que usted inventó a Eréndira y escribió su triste historia. Yo no sé si la generación suya ha leído Eça de Queiroz; y no lo sé porque a pesar de la altísima categoría de su obra, Eça de Queiroz está pasando desde hace muchos años por un inexplicable período de olvido. Pero mi generación leyó al gran novelista portugués, y entre las muchas páginas extraordinarias que él escribió está aquella versión suya de Ulises Odiseo en la que Eça de Queiroz planteó la tesis de que el que aspira a la perfección aspira al mal supremo. Por qué? Es acaso porque la perfección está llamada a ser tan sólo una aspiración, y no una realización del género humano, dado que su realización es un privilegio e los dioses y no una posibilidad del hombre?
 
No lo sé ni trato de saberlo. Lo que sí es que cuando escribía cuentos aspiré a producir el cuento perfecto, y debido a que me esforcé en conseguirlo y no pude tengo sabido qué se siente cuando se padece esa ambición; de manera que comprendí muy bien a Queiroz cuando puso en boca de Ulises estas palabras, dirigidas a la ninfa Calipso, reina de la isla Ogigia: "El mal supremo, oh diosa, está en la suprema perfección". Ulises Odiseo decía que en Ogigia todo era perfecto, pero él, que era un sabio de la vida, no de los libros, sabía que la perfección no era un bien, y quería salir de Ogigia, cuyo aire mantenía a Calipso perpetuamente joven, en cuya tierra jamás se marchitaba una flor ni los bueyes se atascaban en el lodo y en cuyo cielo las nubes nunca se arremolinaban para formar la tempestad; donde todo, en fin, era perfecto. "Quiero irme de aquí", decía el astuto personaje de Hornero; "quiero llegar a mi casa de Itaca, tropezar con la alfombra de la cocina, caerme y gritarle a mi mujer: Penélope condenada, tú eres la culpable...". Y Eça de Queiroz no andaba descaminado cuando inventó ese Ulises, porque los pueblos griegos sabían que aquel que lograba hacer lo perfecto debía, por lo menos, perderse para siempre de la vista de los hombres. Eso es lo que explica la desaparición de Licurgo y de Solón, que alcanzaron a elaborar la legislación perfecta para los grupos sociales que dominaban en sus días la vida de Esparta y de Atenas. El que alcanzaba la perfección no podía seguir viviendo entre los demás mortales, porque el hombre común no puede ni siquiera tocar las lindes de lo perfecto, y hacerlo convivir con el que logra lo perfecto, mantener a su lado al que ha llegado adonde él no puede llegar equivale a someterlo a una forma de crueldad demasiado refinada, y por lo mismo, repugnantemente perversa. El vecindario de aquel que obtiene la perfección debe ser el de los dioses.

Que ellos sean sus amigos, los que se sienten a su mesa y sus contertulios en las horas de la noche. Ahora bien, si no está a mano el lugar donde se congregan los dioses, entonces que se separe de los mortales a la distancia necesaria para que éstos no acierten a darse cuenta de que su cuerpo genera olor de sudor, de que su carne tiene que ser sostenida viva con alimentos iguales a los que engulle la gente común; de que ronca cuando duerme y de que de vez en cuando le grita a su mujer: "Penélope condenada, tú eres la culpable".

No le pido a usted que se interne en las selvas del Caquetá; pero después de haber escrito La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada, qué hace usted, Gabriel García Márquez, viviendo entre los hombres comunes? O es que todavía no alcanza usted a darse cuenta de lo que hizo al inventar a Eréndira y al escribir su historia "increíble y triste".

Reciba usted el mejor saludo de su amigo Juan Bosch
Santo Domingo,
3 de julio de 1972.

sábado, 1 de diciembre de 2012

EL CUENTO QUE CONTAMOS


Facilitador: Máximo Vega
Fuente: maximovega.blogspot.com

“Entre las personas que se dedican a la crítica y a la literatura en general, es muy común la opinión de que el cuento es el más difícil de los géneros literarios. Sin embargo, los que escribimos cuentos no compartimos en forma unánime ese criterio”. Estas palabras las escribió don Virgilio Díaz Grullón en el año 1984.
   A lo que se refería don Virgilio en este artículo publicado en el periódico El Nacional hace tantos años, era a que un buen cuento depende de un buen escritor, y que lo difícil realmente es hallar un buen cuentista. El arte, en este caso la Literatura, se resiste a toda clase de preceptiva. Todo intento de sistematizarla es inútil. El lector, el gran olvidado, es quien tiene la última palabra. Ni el crítico, que es un lector interesado y prejuiciado debido a su excesivo conocimiento y a su voluntad de juzgar, ni el analista, ni el investigador. Es decir, en el caso del cuento y continuando con don Virgilio, a un cuentista nato le resulta fácil escribir un cuento, así como a un gran poeta le resulta más o menos fácil escribir un poema. Para los fines de este coloquio, podríamos entonces afirmar que es imposible aprender el talento o la intuición, o lo que cualquier maestro del género llamaría el olfato, el pálpito, pero sí es posible aprender una técnica, una artesanía, y esa técnica servirá tanto al cuentista talentoso como a aquél que sólo redactará obras ligeras que lo harán felices a él y a sus amigos, aunque sus amigos sean millones de personas que crean que están leyendo algo importante, pero que, de alguna manera, podríamos decir que se encuentran bien redactadas.
   Un cuento es, más que otra cosa, movimiento. Bueno, antes que nada es un género literario de ficción escrito en prosa, que debe ser breve y conciso, etc., etc., pero un cuento está basado en el movimiento, en el acontecer. Su capacidad de llamar la atención se basa en ese movimiento, en que aquello que está escrito se mantenga moviéndose, fluyendo, desde el principio hasta el final, lo cual significa que en un cuento deben suceder cosas desde que empieza hasta que termina. Este movimiento viene dado, por supuesto, debido a que la vida misma es así, lineal y vertiginosa, y un cuento debe dar una sensación de vitalidad. Un cuento debe ser breve, y con breve no quiero decir que debe tener dos o tres páginas, o cuatro, sino que su brevedad debe estar dada por la concisión, por la escasez de los recursos con que está escrito, y no al contrario. “Continuidad de los Parques”, el famosísimo cuento de Cortázar, tiene apenas dos cuartillas, pero “La Muerte de Iván Ilich”, de Tolstoi, tiene más de cincuenta. Ambos son cuentos, por supuesto, pero “La Muerte de Iván Ilich” es un cuento más amplio debido a que la historia lo requiere. No se puede contar la agonía y la muerte de un hombre mediocre que no desea morir en dos o tres páginas, así como Cortázar no tenía la necesidad de contar la historia de un hombre que lee una novela en más de cincuenta. “Una Vuelta de Tuerca”, de Henry James, es un cuento largo, pero es una narración que empieza como una historia oral, es decir, un cuento que es narrado por alguien que desea contar una historia una noche brumosa alrededor de una chimenea, y sin embargo, a pesar de su considerable tamaño, recorre su camino certero hasta su final sorpresivo y extraordinario, como la flecha lanzada por Quiroga en su famoso Decálogo del Perfecto Cuentista.
   ¿Qué significa que un cuento debe mantenerse siempre en movimiento? Quiere decir que debe empezar con una acción y terminar con otra, con un suceso. El enemigo principal del cuento es el tiempo, así como el tiempo puede cesar nuestra vida y detenernos. La vida se encuentra hecha de tiempo, de movimiento, y un cuento debe parecer lleno de vida; es conciso y breve, porque la extensión desmedida detiene su camino y provoca una sensación de laxitud, de lentitud reflexiva que provoca desinterés. Pero no significa, de ninguna manera, que debamos ser específicamente esquemáticos. Mis cuentos, por ejemplo, en ese sentido son atípicos: se aprende una artesanía para comenzar a transgredirla.  Un cuento debe empezar con una acción, pero, ¿quién determina qué tipo de acción debe ser? ¿Será extraordinaria, sorprendente, nula, cotidiana; cómo debería ser? Bueno, precisamente, eso debe decidirlo el escritor, sin dejar de pensar en un lector posible, en aquél que él quisiera que leyera su historia. La Bhagavad Gita, uno de los libros sagrados que componen Los Vedas, que se ha coincidido siempre en que son precursores de lo que hoy llamamos “cuento”, empieza con una pregunta, y todo el libro intenta responderse esa sola pregunta, a través de pequeñas historias; “Una Vuelta de Tuerca” tiene dos principios: el principio del libro, que es el de un hombre que va a contar un cuento de misterio, y que trata de atraer el interés de sus oyentes, y el principio del cuento de misterio que ese hombre está contando. Yo mismo tengo un cuento que tiene dos principios y dos títulos, puesto que el cuento empieza con la explicación de que la historia que se leerá se parece mucho al cuento de Juan Bosch “Rumbo al Puerto de Origen” (el primer título es “Rosario, El Infame”), y luego se llega al título y al cuento que ya he explicado que se parece al de Bosch (“El Otro Juan de la Paz”, lo nombré).
   Aprovechando la coyuntura, podemos hacer un ejercicio simple y realizar un breve recorrido a través de varios principios de algunos cuentos de autores reconocidos, para que se note más claramente lo que estoy indicando. Al mismo tiempo, podemos examinar el estilo de cada autor, la forma en la que cuenta:

De “El Otro Cielo”, de Cortázar:
“Me ocurría a veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y cedía terreno, aceptando sin resistencia que se pudiera ir así de una cosa a otra”.

De “El Sur”, de Borges:
“El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino”.

De “Un Sueño Realizado”, de Juan Carlos Onetti:
“La broma la había inventado Blanes; venía a mi despacho –en los tiempos en que yo tenía despacho, y al café, cuando las cosas iban mal y había dejado de tenerlo- y, parado sobre la alfombra, con un puño apoyado en el escritorio, la corbata de lindos colores sujeta a la camisa con un broche de oro y aquella cabeza –cuadrada, afeitada, con ojos oscuros que no podían sostener la atención más de un minuto y se aflojaban en seguida como si Blanes estuviera a punto de dormirse o recordara algún momento limpio y sentimental de su vida que, desde luego, nunca había podido tener-, aquella cabeza sin una sola partícula superflua, alzada contra la pared cubierta de retratos y carteles, me dejaba hablar y comentaba redondeando la boca: “Porque usted, naturalmente, se arruinó dando el Hamlet”.

De “Eveline”, de James Joyce:
“Sentada a la ventana vio cómo la noche invadía la avenida”.

De “Sábado de Gloria”, de Mario Benedetti:
“Desde antes de despertarme, oí caer la lluvia”.

De “La Punta” de Charles D'Ambrosio:
“Me había quedado despierto después de mi pesadilla, una pesadilla en la que mi padre y yo comprábamos globos de helio en un circo”.
Etc., etc.

   El principio puede ser poético y contemplativo, como lo es el cuento de James Joyce, largo y vertiginoso, lleno de incisos, como en el de Onetti, reflexivo y que parece no decir nada, como en el de Cortázar, impactante, contradictorio, como en el de Charles D'Ambrosio, extraño y corto, casi absurdo, como el de Benedetti. ¿Qué significa esto? Que yo puedo empezar mi cuento de cualquier forma, siempre y cuando ese principio posible implique un movimiento, un fluir, que dé el tono del cuento y que debe permanecer hasta el final. Cada gran autor cuenta de forma diferente. ¿Cómo son los cuentos de Chejov?, son historias ordinarias en las cuales los personajes recorren sin aspavientos sus vidas mediocres, sus cotidianidades; ¿cómo son los de Bioy Casares, o los de Borges?, son cuentos fantásticos en los cuales suceden hechos extraordinarios, inusuales, artificiales; ¿cómo son los de Edgar Allan Poe?, son historias extraordinarias en las que a veces intervienen fuerzas metafísicas, sobrenaturales. Todos ellos cuentan cosas disímiles, algunas comunes, cotidianas, mediocres; otras extraordinarias, fantásticas, sobrenaturales; algunas bellas y poéticas, otras terribles, atroces, desconcertantes. Pero todos ellos son grandes cuentistas.
   Ahora bien, debemos tomar en cuenta además que un cuento es un hecho producido por el lenguaje. Aunque proyecte la ilusión de vitalidad, lo que leemos son palabras; José Donoso va más lejos y le advierte a su lector que el libro que tiene entre sus manos está hecho de manchas de tinta sobre un papel. Es decir: el conocimiento profundo del lenguaje nos hará mejores escritores, puesto que el medio a través del cual el narrador cuenta sus historias es el idioma. Un narrador no es como un poeta, que piensa en el lenguaje en sí mismo para crear; es decir, para un poeta las palabras son como flores que debe plantar para llenar su jardín, o árboles que, juntos a tal o cual distancia, conformarán un bosque. El narrador piensa en una historia, y construye su historia con palabras. Cuando el poeta trata de escribir su poema, piensa en las palabras que conformarán el poema; no piensa en el tema, ni se detiene siquiera en el objeto que provocará su catarsis verbal; debe pensar en las palabras que edificarán su poesía. El narrador lo hace al contrario: empieza por inventar, crear una historia en su cabeza, independientemente de cómo será contada, y luego, cuando cree que esa historia necesita ser dicha, se sienta a escribir, y entonces brotan, prácticamente por sí mismas, las palabras. El problema es, como nos dice Umberto Eco, que un narrador debe contar una historia, y a veces la historia en sí misma es más importante que la forma en que está contada, como sucede con Alejandro Dumas, Julio Verne o H. G. Wells. Aunque, al final, el medio en el que se mueve el narrador siempre es el lenguaje, y por lo tanto debe conocerlo profundamente.
   Entonces tenemos ya varias características del cuento que repiten hasta la saciedad los maestros del género, y que ha sido escrito en anteriores manuales, ensayos, tratados y decálogos: un cuento debe ser tan breve como lo requiera mi historia; debe ser conciso, sin adornos, perífrasis, accesorios, descripciones, reflexiones innecesarias; debido a que un cuento es un género literario, debe estar escrito con un lenguaje impecable, gramaticalmente exacto, sintácticamente perfecto, o por lo menos hasta el límite en que la capacidad del escritor o la imperfección propia de todo lenguaje nos lo permita.
   Entonces, ya al final, nos detendremos brevemente en la última virtud que debe tener todo cuento, y que lamentablemente no se encuentra dada por la preceptiva, porque no depende de la técnica. Esa cualidad tiene que ver con la capacidad expresiva del autor, es decir, la necesidad del escritor de expresarse a través del lenguaje, a través de él como si penetráramos en un fluido, en el aire o el agua, por ejemplo, sin instrumentalizar ese lenguaje, y por lo tanto sin corromperlo. Un escritor no cuenta solamente una historia, sino que se expresa a través de ella, muestra al lector su visión particular del mundo, del alma humana, de la realidad. La estructura del mundo es sumamente complicada, su complejo armazón no solamente material sino metafísico y existencial, ontológico: un escritor se hace preguntas sobre esa complejidad, aunque su función no es dar respuestas. Trata de expresarse con el lenguaje; un poeta lo hace a través del verso, un narrador nos cuenta una historia. Realmente, todo narrador trabaja con un principio pedagógico, en la acepción menos usada de la palabra: el escritor trata de mostrar algo que él piensa que ha descubierto, pero que es posible que sus lectores ignoren. Trata de enseñar, en el sentido de que mostrar es uno de los sinónimos de enseñar. Umberto Eco nos dice que algunas poéticas de la narratividad sostienen que el lector aprende algo sobre el mundo; otras, que aprende algo sobre el lenguaje; pero siempre aprende. En todo caso, el escritor trata de llamar la atención sobre algo que a él le interesa, y que piensa debe convertirse en una preocupación colectiva, por eso lo comparte con sus lectores. A veces lo que le interesa brota de manera inconsciente, y a esa manifestación espontánea le llamamos intuición; otras veces el escritor narra con conocimiento de causa, conciente de lo que escribe y de lo que quiere decir. Un escritor que no se expresa, y que sólo le preocupe escribir artificios técnicamente impecables, artilugios extraordinarios, brillantes y hermosos, pero carentes de vitalidad (la vida es la materia prima de un cuento), es posible que gane muchos concursos literarios, pero no podrá crear una obra de arte. Un cuento debe contener la vida que nos rodea, el alma del escritor y su visión de la realidad, lo que ha sido dicho cientos de veces, pero como nos dice Gide, hay que seguirlo repitiendo porque parece que nadie escucha, y considero más loable expresarse de manera imperfecta, pero sincera y total, que poseer una técnica impecable que nos permita decir absolutamente nada, crear historias vacías, carentes de toda humanidad.

sábado, 13 de octubre de 2012

ASPECTO VIVENCIAL DEL ÑONGO-ÑONGO


Facilitador: Napoleón Peña

La vida de un cuento y yo te cuento el mio.



El cuento del toli toli inspirado del capitulo numero 4 del libro el Ñongo Ñongo  
El  saber o la conciencia  es la madre de la ciencia y por que.?

Esta era una vez Tonton el   leyista caminando así el parque el Saba con un gran escozor mental después de leer ese capitulo que el escritor de este articulo  cita  en un párrafo mas para arriba.

Que por Eventualidad de la vida Y CAUSALMENTE se pecho con la maquina de escribir, esa famosa maquina llamada rémington y tener tanta experiencia en el arte de escribir pudo hacer letra ese libro tan extraordinario.            .

Yo sé que tú te sabes de memoria ese libro, pero déjame leerte esta parte de este capitulo que hace un llamado a la  reflexión en que vive el ciudadano normal y corriente.

Porque hay muchos  tan alertaza  .

CAPITULO V

ASPECTO VIVENCIAL DEL ÑONGO-ÑONGO
“EN EL TOLI-TOLI”

 El Toli-toli, es la realidad de la vida, es la practicidad de la vida, caben todos los modelos de convivencia humana,             
El Ñongo-Ñongo es como una metodología, una frase de convivencia… Y, aplicado al toli-toli, aporta soluciones al que se encuentra con este libre devenir de la vida.

Ahora, libro, todos los tipos de convivencia que se te ocurran tú me los vas a preguntar… Que todo el que lea el libro haya vivido o estén viviendo un tipo de convivencia de las que están ahí.

¿Qué es el toli-toli?

El toli-toli es como se desarrolla la vida práctica en una sociedad hecha por la humanidad. Es el modo de vida. Es como ese modo de vida, y, ese ser, ya lo lleva a la práctica, independientemente de que sea mala o buena.
El toli-toli es cómo el ser humano pone en práctica esos sentimientos, o cómo él cree que debe vivir.
Y, en esa puesta en práctica, él se encuentra con otro ser humano, que acepta esa forma o no la acepta. Ahí esta la belleza o la utilidad que pretende este libro. O el aporte que puede hacer el Ñongo-Ñongo y si ese aporte les ayuda a solucionar, aunque sea una parte de la problemática de la convivencia humana, el autor de esta frase se va a sentir… ¡como una mañana de pascua!

Yo se que tu tiene el caquito como un bin bin, después de leer ese capitulo de ese libro tan extraordinario,  pero déjame decirte yo duré un buen tiempo escribiendo o trascribiendo la oraciones de Luis José padilla un gran psiquiatra que tiene como norma que cada seminario que imparte lo primero que hace es hacer una oracion que libera en  el camino de lo siempre posible y en una de esas oraciones decía esta frase tan importante para  mi que todavía es la hora que a mi no se me ha olvidado y dice asi YA NO SE PUEDE SER EL DE ANTES, y de inmediato agrega en este comienzo del siglo 21 se nos pone de manifiesto que se esta en un momento delicado.

La “ necesidades”  se han modificado sin  duda no es un panorama uniforme sino disforme y disconforme, pero en cualquiera de los espacios, las necesidades empiezan a ser otras.

Y esa es función expresiva de la oración que se nos advirtiera que estamos empezando a vibrar en otras perspectivas y por tanto, la atención, la alerta, incluso la alarma debe estar presta para encauzar esa nuevas posibilidades, para dar cauce a esas nuevas necesidades, que probablemente deriven de la naturaleza del ser, de su comunión inevitable con el medio que entre que a su vez él lo ha modificado, éste reacciona a esas modificaciones.

Podríamos decir en síntesis la humanidad ¡ya! No puedes ser la misma.

Y no puede ser porque de serlo se arruinaría y su época de ruina aun no es preceptiva, su teórica fecha de caducidad resta mucho de que sea su momento.
          
Todas las relaciones humanas tienen un propósito, Y, siempre, en esas relaciones, hay más de uno; por eso son relaciones. Siempre, delante de un inconveniente han de recordarse cual es el propósito de esa relación, para si, de una vez, hay que resarcir, aclarar, modificar… estar dispuesto a hacerlo.

 No sugerir aquella situación que se da –muy embarazosa para las relaciones-, cuando uno de los miembros de la relación está comportándose mal o comportándose en contra del propósito por el que están reunidos. Entonces se crea un ambiente como de rechazo, de silencio… Pero uno le debe “enrostrar” al otro porqué se está comportando de esa forma. Esa falta de comunicación entre los miembros, va posponiendo y posponiendo… Y ya cuando quiere, uno, llamar la atención, al otro, ya tendría que llamarle la atención tan fuerte, que tendría que caer en una ofensa. Ya no se convierte en una advertencia: “¡Mira, que es para recordarte que nosotros estamos unidos para esto o para aquello…!” Ya no es una llamada de sugerencia. Ya, pasa a ser una llamada de atención… con una carga de finalizar esa relación.

Hay tantas cosas que uno se ha callado en esa relación que, a lo único que llega, es a romperla. Pero lo que no se toma en cuenta –así como cada relación tiene un propósito-, hay que tener en cuenta que ese propósito lleva una carga de sacrificio o de responsabilidad. Cada miembro de una relación tiene una cuota de responsabilidad, por la misma condición por la que se inició esa relación. Cada miembro debe ser responsable de una parte, para que se cumpla el objetivo que tiene esa relación.
Una de las soluciones que puede aportar el Ñongo-Ñongo a esa relación –viéndola desde un punto de vista general- es que lo primero es:
• ¿Por qué tú y yo tenemos que compartir?
• En esta relación, ¿qué meta vamos a seguir?
• Y ¿Qué cuota de sacrificio tendríamos que dar para la consecución de esa meta que tú y yo nos hemos propuesto lograr –o que uno de los dos necesite lograr un determinado objetivo-?

También hay relaciones que son de servicio… Entonces, si es una relación de que uno demanda del otro un servicio, y tú has dicho que yo sé hacer ese servicio. Yo me he comprometido, socialmente, a que yo sé hacer ese servicio. Tú estás consciente de que sabes realizar ese servicio, o sea que te haces responsable. Y tú tienes que cumplir con eso que has dicho que sabes hacer, y no ponerte a decir que vas a hacer eso, y, en la práctica, quedar mal.
Y, dicho sea de paso, eso es un robo, igual que otro cualquiera. Porque si tú te comprometes a hacer un servicio y cobras por ese servicio y lo haces mal, y encima de eso también te enfadas con la persona a la que sirves…
Y ese comportamiento le cabe a todo tipo de relación de servicio. Y vamos a poner un ejemplo que es la del sanador con el paciente. Se debe partir de la teoría de que el sanador está ante un enfermo, donde el criterio personal del sanador debe ser flexible en todos los sentidos. Nunca aplicarle el criterio del sanador al paciente, sino todo lo contrario. Porque, quien le va a contar algo, es el paciente al sanador, no el sanador al paciente.

Y también eso mismo con relación al precio –a la cuota que el sanador le cobra al paciente-, debe ser una cuota mínima. No pretender, el sanador, que se va a hacer rico con el paciente.
Es como hacerte rico con la debilidad del otro o con la enfermedad del otro. Es imposible que tú pretendas hacerte rico con ese tipo de necesidad, porque el individuo que está enfermo es alguien que necesita un tratamiento especial para que pueda salir de ese mal que le aqueja.

Si yo digo, por ejemplo, que el individuo que se dedica a la sanación es un predestinado, no un negociante, ya, eso, lo tiene que llevar a otro tipo de trato con el paciente.

 El toli toli el camino de lo siempre posible.

Hasta cada rato venga mi querido lector los libros no muerden.

Nota: El cuidado de la redacción o estilo de este escrito es de la responsabilidad del facilitador no de este blog.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Los gastrocuentemas de Daniela Cruz Gil



Facilitador: Fernando Valerio-Holguín

Colorado State University

 La relación entre literatura y comida es tan antigua como la literatura misma. La escritora española Lena Yau, en su libro El sabor de la eñe (2012), hace un repaso de esa relación e incluye cincuenta y nueve fragmentos de textos sobre comida en la literatura española y latinoamericana, además de las respectivas recetas y un glosario de términos gourmet. Sin embargo, el hecho de que un escritor haga referencia a un platillo o incluya una receta no hace que la novela, el cuento o el poema pertenezcan a ese subgénero literario que denominaré gastroliteratura. Para que un texto pertenezca a este subgénero, la comida debe impactar, de alguna manera, la sicología de los personajes  o la significación del texto en un amplio sentido.
         Gastrocuento de Daniela Cruz Gil es una colección de diez cuentemas que tienen como hilo conductor temático y discursivo la gastronomía. Si como dijera Borges “Cada escritor crea sus propios precursores”, Cruz Gil modifica la gastro-novela Como agua para chocolate de Laura Esquivel, Anadel: la novela de la gastrosofía de Julio Vega Batlle, y “Gastropoesía del amor” de Fernando Valerio-Holguín.

         Estos cuentemas, como prefiero denominar este género híbrido, se encuentran a horcajadas entre el cuento y la  poesía. En ese sentido, en una reseña publicada en el Listín Diario Digital, Yaniris López expresa lo siguiente: “Aunque la poesía es su fuerte, Daniela dice que se siente cómoda trabajando ambos géneros...” Luego, la escritora comenta: “Como la beca te obliga a concentrarte, me di cuenta de que sí puedo manejar ambos géneros, porque se complementan. Incluso hay dos autores dominicanos ... que se debaten en esa frontera y a veces la cruzan y la tumban”.  
         A horcajadas está también en los cuentemas de Daniela el género sexual. A diferencia de otras escritoras, estos cuentemas están narrados en masculino. Y para decepción de las feministas, son masculinos casi todos los personajes. Los narradores en segunda o tercera persona están restringidos, es decir, se atienen a lo que el personaje ve o sabe de su mundo. Pero un aspecto novedoso que intuyo es que dichos narradores restringidos tienen a una autora observando por encima de sus hombros. En definitiva

–sospecho- son narraciones travestidas. (Habría que distinguir entre la escritora (Daniela Cruz), la autora (la instancia que gobierna las narraciones) y la narradora (quien cuenta una historia en el texto)).
         El crítico francés Roland Barthes ha dicho que el lector burgués detesta el arte que revela su proceso de construcción. Daniela Cruz, en sus cuentemas, monitoriza los personajes, hace un escrutinio de su propia escritura, reflexiona acerca de los conflictos entre las diferentes instancias narrativas y revela la ansiedad de sus influencias literarias: Cortázar, García Márquez, Monterroso, Kafka, Baudelaire y Rimbaud. Sus metacuentemas, es decir, cuentemas que tratan sobre los cuentemas mismos, son modelos para armar y desarmar, en la mejor tradición cortazariana; narran historias que, como en el hecho estético que planteara Borges, buscan ser y cuando parece que son, se esfuman en el aire, dejando al lector en el asombro y la incertidumbre. 

         En “Gastrocuento”, que le da título al libro, Daniela delinea una poética o lo que serán los principios programáticos de su escritura. Lo primero que se presenta es una relación conflictiva entre editor, escritor, y narrador acerca de la relación entre la comida y la construcción del texto. Le preocupa a la autora que organizará las narraciones lo que denomina la escribidera. A diferencia de la escritura, la escribidera implica lo concerniente a las condiciones reales del escritor: “asesorías, pagos de los cheques... La presión atmosférica, literaria, social, laboral, sentimental, sexual, psicosexualpasional” (10-11). Y con respecto a la sexualidad del escritor, aquí viene el golpe de broma o boutade: Juan Bosch, alegado maestro del cuento latinoamericano, en sus “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”, no incluye el sexo como recomendación a los noveles cuentistas. El asunto se complica más, porque la autora se obsesiona con la relación entre el sexo, la trama y la comida.
         En los cuentemas de Daniela, el narrador elucubra acerca de crímenes reales o imaginarios enmarcados en una triangulación del deseo. En la literatura, cito a la escritora, “Alguien tiene que morir. Alguien tiene que matar, a orgasmos o a puñal” (11). En esta cita, la muerte y el sexo (Eros y Tánatos) quedan vinculados, sobre todo si se toma en cuenta que el puñal es fálico. El orgasmo, denominado petite mort en francés, es esa muerte segura, simbólica en el placer, diferente a la muerte real. Asegura Georges Bataille que “No hay erotismo sin sangre”: en las pulsiones del corazón, en la erección, en la demanda de sangre en las zonas erógenas, en las pequeñas heridas en el roce de los sexos, definitivamente, en el crimen de la pasión. Concluye la autora, en este cuentema, que tanto el crimen como el sexo producen hambre y coloca así la comida como un aspecto central de su narrativa (12).
         El crimen, el erotismo, la comida y la escritura comparten la anticipación y la premeditación. El goce se encuentra en la anticipación, no en el acto mismo de la ejecución, ya que la anticipación se encuentra inmersa en pleno imaginario. La anticipación es el deseo que, en algunos casos, no llega a realizarse y produce, por lo tanto, extrañeza y perturbación. En ese sentido, Daniela narra el futuro, que es anticipación en el presente. (Nótese el uso del contrapunteo entre los tiempos verbales presente y futuro en algunos cuentemas.) La anticipación al imaginar el sabor de la comida se convierte en algunos casos en recuerdo.
         En su libro Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes (1827), De Quincey considera pertinaz la diferencia entre el acto "que se va a cometer" y el acto que "se ha cometido" (16). El primero, como todavía no se ha cumplido, implica necesariamente una condena de tipo moral. El segundo acto, una vez cometido, debe ser considerado desde una perspectiva diferente a la moral y ser "tratado estéticamente". De esta manera el acto criminal se convierte así en "una representación muy meritoria" (16). En los cuentemas de Daniela, el crimen, aunque condenable éticamente en su anticipación gozosa e imaginaria es también estético, porque es el pretexto del cuentema mismo y está ligado a la comida y al erotismo.
         En cuentemas como “Duvel” y “Ámbar”, el placer oral se desplaza metonímicamente del sexo al sabor, así como también converge con la anticipación o el recuerdo del sexo. Los personajes tienen una fijación oral que, de alguna manera, comparten con los narradores, en su afán de perfeccionar la expresión oral de la que surge la escritura. En “Duvel”, la cerveza remite metafóricamente al cuerpo perdido de la amada, cuyo nombre no en vano es Bélgica, país donde se produce esa marca: “Botella morena, como la piel de Bélgica. Madurada con paciencia, como ese amor alojado en el tope de su cuerpo, secretamente dormido.... [S]e la bebió a tragos largos...La espuma bajando y subiendo en la botella. El cuerpecito de Bélgica subiendo y bajando sobre él... (20) En “Ámbar”, el protagonista pone a enfriar dos cervezas en la nevera para esperar a la amante. Las cervezas prefiguran el encuentro entre los amantes: “Sus tardes se llenan de Ámbar, de ese sabor amargo y fuerte que cada tarde confunde con la boca de ella” (24). Luego, el sabor de las cervezas, ya prefigurado, pasa a mediar el erotismo entre ambos: “Las dos botellas de cerveza medio llenas, las bocas medio vacías se llenan de cada uno mientras cada cual quiere comerse al otro” (23). Chupar, morder, comer, lamer, y saborear son actividades del placer oral que comparten el sexo y la comida. El órgano de la boca es la fuente de placer tanto en la comida como en el sexo.    
         La comida, como leitmotivo en cada uno de los cuentemas, surge como “extrañeza perturbadora”, que Freud denominó unheimlich, es decir, la sensación de desfamiliarización dentro del contexto de lo familiar, lo cual produce estupor o una cuasi revelación estética de algo que por evidente está más allá de lo evidente. De acuerdo con Freud, ésta consiste en el malestar de una experiencia que linda con la angustia y que se presenta a partir de la repetición de un hecho banal: "La extrañeza inquietante será ese tipo de espanto que se apega a las cosas conocidas desde hace mucho tiempo, y desde siempre familiares" (Freud citado por Clancier 48).
          Si las bebidas, la comida y el cigarrillo –fijaciones orales por excelencia- convocan el deseo, también instauran lo abyecto, como separación brusca del cuerpo amado y la perturbación de lo familiar. En la mayoría de los cuentemas hay una ausencia por muerte o abandono del cuerpo amado. En “Langosta” y “Club Sándwich”, el triángulo amoroso da como resultado el crimen como hecho real o como anticipación imaginaria, respectivamente. La langosta, “esa masa salada”, en el primero, desplaza el cuerpo de la esposa asesinada por el protagonista: “... una sinfonía armónica con la desaparición del contenido del plato” (30). ¿Es la masa salada anti-erótica, rechazo del cuerpo de la mujer asesinada? El hecho trivial, cotidiano, de comerse una langosta o un Club Sándwich en un restaurante oculta el crimen por parte de los protagonistas en estos cuentemas.
         Si el sabor amargo, fuerte de las cervezas, en los cuentemas mencionados anteriormente, establece una relación metafórica por similitud con el cuerpo amado, en “Crepes”, la salsa bechamel tiene esa textura de la tristeza; el espesor de las lágrimas de ausencia. Comer crepes en bechamel en un restaurante del Malecón de Santo Domingo revela las lágrimas  y la ausencia del amante: “Las ciudades no se mueven, la gente sí” (37). En “Plátano frito”, el anuncio de la muerte ocurre durante una situación tan cotidiana como el almuerzo, que incluye plátanos fritos, tan cotidianamente dominicanos. Causada por el crimen, la enfermedad, el suicidio, el abandono o el orgasmo, la muerte es siempre una ausencia “violenta y suave”, como las cervezas, diría Daniela.  
         En los gastrocuentemas de Daniela Cruz Gil, la comida, placentera o no, posee esa cualidad perturbadora que abre puertas al misterio, a lo inefable, a lo que se resiste a ser nombrado, en definitiva, al goce de lo numinoso. 
          


Bibliografía

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         Aires: Editorial Caldén, 1976.
Borges, Jorge Luis. Otras inquisiciones. Buenos Aires:
         Emecé,1960. 9-12.
Clancier, Anne. Psicoanálisis, Literatura, Crítica. Madrid:
           Cátedra, 1979.
Cruz Gil, Daniela. Gastrocuentema. Santo Domingo:
         Ministerio de Cultura, 2011.
De Quincey, Thomas. "On Murder Considered as one of the
         Fine Arts". De Quincey´s Collected Writings V. XIII.
         London: A. & C. Black, 1897. 9-124.
Freud, Sigmund. "The 'Uncanny.'" En Sigmund Freud:
         Collected Papers
(Vol. 4). Trans. Joan Riviere. New
         York
: Basic Books, Inc., 1959. 368-407.
López, Yaniris. “Gastrocuentema, primer libro de relatos de
         Daniela Cruz”. La Vida. Autores Dominicanos. Listín 
         Diario Digital
. Agosto 12, 2012.            http://www.listindiario.com.do/lavida/2012/8/11/243160/
         Gastrocuentema-primer-libro-de-relatos-de-Daniela-Cruz
Yau, Lena. El sabor de la eñe. Madrid: Instituto Cervantes,
         2012.
Valerio-Holguín, Fernando. “Gastropoesía del amor”. Elogio
         de las salamandras
. Santo Domingo: Editora Búho, 2010


jueves, 27 de septiembre de 2012

MI VIEJO (Cuento)



Ubaldo Rosario Taveras

A: René del Risco Bermúdez

Viejo mi  querio viejo
ahora ya caminas lerdo
como perdonando el tiempo
yo soy tu sangre mi viejo
soy tu silencio y tu tiempo.
Piero.

Cuando olvidaba las miradas de los sueños  te veía a ti papá despertándome a las seis de la mañana y te ibas a trabajar. En mi cuerpo aun sentía el suspiro dormilón junto a la cama y al insistir mamá de que me levantara ya desayunando estaba Carlos Manuel y listo para ir a la escuela. Por las mañanas corríamos para tener las primeras butacas, entonces antes de llegar a la escuela te veíamos laborar, era gracioso papá, con aquel mameluco desteñido que decía en tu espalda “Ayuntamiento Municipal”. Muchas veces te asustaba como en otras ocasiones te enojabas cuando Carlos Manuel te golpeaba con las cascarillas de naranjas, tú les pedía las gomitas y lo regañaba con no darle dinero. Carlos, embriagado de risas decía que era para matar lagarto en la escuela, entonces te ponías cariñoso y nos daba suficiente para el recreo. Luego sin ton ni son levantaba el palo del escobillón y ordenaba no correr, pero corríamos papá.  Los viernes te encontrábamos bien vestido y preparado para ir a jugar dominó con tus amigos. Te recuerdo, porque hoy he aprendido a valorar a los mendigos, entonces rememoro el eco de tu voz a lo lejos diciéndome “dale duro en la cara, no voltee el rostro cuando te den”. Pasaba un asalto  y veía tu rostro con aquel ojo fijo en mí. “Peléale cuerpo a cuerpo”. Volvía y revisaba mis guantes, sí que me animaba papá. “Dale un upper cut,” y yo casi corría porque Luis era mucho mayor y fuerte. Insistía de nuevo pregonando, “un jab en la cara, Luis es un pendejo”. La pelea terminaba al enterarse mamá que tú apostabas a mi favor y tomado del brazo me sentaba junto a ella mientras cosía la ropa por encargo de alguna vecina. Desde la ventana veía el espectáculo del barrio,  gritaban los muchachos  y tú animabas a Carlos Manuel. Librado, víctor, Eddy, Juan, Julio y Sandi, estaban listos para  la competencia. Entre risas limpiaba la gafa oscura y la colocaba en tu cara como si fuera ella un miembro de tu cuerpo. Sin la gafa era ver otro hombre con la mirada astuta de un cíclope.
La seis de la tarde, mamá mandaba a comprar carbón y cuaba ordenándome encender el anafe, pero tardaba porque Carlos Manuel se preparaba a salir, tenían que darle la vuelta a la manzana y de súbito sacaba la cabeza del comercio y te veía mi viejo, levantando y trasladando a mi hermano entres tus hombros, cambiaba cinco pesos en cheles y reunía a los muchachos. Yo corría con la lata del carbón, en muchas ocasiones no me daba tiempo de llegar a casa y regresar. Esperaba, de momento los centavos  bajaban cuando los sonidos mágicos del metal despertaban mi avaricia y golpeaba por tomar uno, dos o tres cheles. Luchando contra Luichi o Joselo y los demás corrían hacia otro lado buscando la lluvia de monedas. Feliz me levantaba escuchando mi nombre y huía a la casa antes que mamá me llamara de nuevo. Al enterarse ella de tu paradero con el radio de pila esperando que Las Águilas Cibaeñas ganaran, me dejaba salir. Antes que la noche se desplomara, los muchachos nos reuníamos a jugar belluga. Dos cheles con el rostro de Lincoln lo utilizábamos para comprar uno de palmita, era una reliquia un chele de palmita  y si la fecha era vieja de años atrás, dábamos tres. Los centavos con la efigie de Duarte o Caonabo, valían más que lo de Lincoln; pero al fin todos los perdíamos en el juego o algún jalao o riqui taqui cuando pasaba tío.
Afeitándote en una ocasión me gritaste enojado y me devolviste a correazo a buscar el vuelto donde el pulpero. Como quisiera que ahora me reconociera, pero no lo hará, estoy más fuerte y viejo. Mi cabeza está poblada de canas y he perdido varios dientes. Tantos años sin ver el sol ha blanqueado mi piel y no hay forma de que reconozca aquel muchacho que te sacaba las caspas mientras escuchaba la radio. “Mil doscientos veintinueve,  ciento cincuenta pesos, ochocientos veinte, ciento cincuenta pesos, trescientos treinta y uno, ciento cincuenta pesos, mil novecientos sesenta y siete, Premio Mayor, uno, nueve, seis, siete. Premio Mayor, mil novecientos sesenta y siete. Premio Mayor, sesenta y siete”. Te levantaste de alegría y los vecinos estaban con una gran algarabía en la puerta de la casa, sabían que tú tenías cinco años jugando ese número abonado y no tardaste  en comprar la casa donde vivíamos alquilados y la construiste de blocs. Mamá dejó de hacer los dulces y Carlos se alegró de no venderlo más, hasta tío dejó de vender los Riqui taquis que tú y él preparaban en las noches. Ese día cambió nuestra vida, Carlos Manuel tuvo su primera bicicleta pero no dejaba de fugársele a tío en la de carga y burlarse de él.
Sesenta y siete, a partir de ese número sentí que los años pasaban más rápidos, sin darnos cuentas éramos hombres, decían que éramos adolescentes, pero Carlos Manuel y yo sabíamos que éramos hombres. Hasta nos caíste  a trompadas y me sorprendí que no usaras la correa y todo porque nuestra prima tenía amores escondido con los dos. Carlos y yo, celosos, no aceptábamos que estuviera con el otro y con los golpes sentimos que mamá se iba enterar, le temíamos tanto que decidimos compartirla. Pero lo que Carlos Manuel no sabía era que mientras él dormía,  Julia se entregaba así todita  para mí solo. Era emocionante verlo dormir cuando  me excitaba con los gemidos de mi prima, era hermoso sentir su cuerpo desnudo templando contra el mío. Un día se descubrió el embarazo. El miedo me dividió en dos, estaba tan asustado que sentía el mundo en mi espalda. En el taller  avanzaba en el trabajo lentamente y me daba a las risas, esa parte de mí me gustaba, pues estaba lejos de las preocupaciones. Al llegar a la casa, la otra parte de mí me golpeaba, sentía como si una agujeta me agujereaba el estómago, Julia me miraba y mi corazón sangraba, parecía como si alguien le cayera a patadas. Era horrible actual así enseñando un rostro no acostumbrado al engaño. Trataba de buscar el otro lado de mí y aliarme a la tranquilidad, y no lo lograba. Sólo servía para disecar la realidad en una calma  que no existía en mí. Sin darme cuenta te acercarte a mí papá y dijiste lo que te dijo una vez tu amigo el Síndico que asumiera una actitud  conformista cuando no podía resolver una crisis porque la reacción de la vida normal es una falsa, que no tratara de seguir ideas ajenas de hombre y mujeres plastificado por la sociedad. Mi viejo, no comprendí sobre el significado de hombres y mujeres plastificado, pero me sentí contento cuando el mundo no estaba en mi espalda. Decidí hablar con tío y en ese momento Carlos Manuel saltó de alegría junto a él que insultaba a mamá, afirmando que no debió dejar ir a su hija a vivir a nuestra casa y ayudarla en los oficios. Nunca imaginé que mientras trabajaba en el taller, mi hermano y Julia se bañaban juntos. Imaginé todo lo que se puede hacer en el baño y especialmente con mi prima. Siete meses después, Julia estuvo de parto. Ll bebé era hermosa, Julia nunca pudo decirme quien era el padre. La niña se parecía a los dos y Carlos y yo teníamos el mismo tipo de sangre.  La prima y mi hermano se mudaron, me sentí solo y le insistía a mamá de que lo convenciera. No lo logró, a mi hermano los celos le carcomían el estómago. Desde ese día me di a la bebida. Embriagado tuve una revelación, la vida se vive sola, independientemente de nosotros. El mundo circundante era un absurdo, me gustara o no.  Julia no era una mujer, era una diosa, recordarla era idolatrarla con una botella de agua ardiente. Una mañana te enteraste de la huida de Carlos Manuel a Puerto Rico. La yola naufragó, muchas personas ahogada y desaparecidas. Mamá lloraba contando entre sus dedos las bolitas de un rosario. Julia pregonaba “se lo dije”. Tú no soportaste que en la noticia informaran lo sucedido. Buscaste a tío, se marcharon a Nagua y regresaste con él, fue un milagro. La familia lo besaba y le aconsejaba. Yo estaba solo y borracho mirando como Julia lo abrazaba y acariciaba. Estaba solo y abandonado mirando a la familia admirándolo. Estaba solo, sin mi cuerpo, sin mi voluntad. Solo con una botella en la mano. Solo, acompañado de una botella vacía, una botella que me había dado el poder de ser lo que era, un amargado. Entre las alegrías te veías corretear con la nieta, traté de pararme y caí hiriendo los codos. Mamá se acercó y sollozando me decía en mis oídos, “no beba más, mira el cielo, allá el altísimo te concederá pronto una buena mujer”. Yo levanté el rostro al firmamento y recordé  cuando tú nos hiciste las chichiguas, la de Carlos Manuel se reventó  y corrimos en busca de ella, pero nadie la pudo atrapar, ella cayó allá en la finca de Pacheco entre esas matas de cambrones llenas de espinas. Mamá me abrazaba  en el suelo y trataba de limpiarme las heridas y sonreí. Lo hice porque fue igual cuando monté en mi propio carrito de cajebola, tú lo había hecho para los dos. Los muchachos y yo echábamos competencia y el ruido desde la calzada molestaba a los vecinos y al salir uno de ellos que siempre nos echaba agua, yo traté de pararme en plena velocidad, lo hice y me fui de boca. Me rapé los codos  y  los labios, tú mi viejo, mandaste a comprar mentiolé, yo gritaba, ay... papá ya no me duele, papi, te digo que no me duele. Carlos Manuel se revolcaba de la risa. Sí que me hizo reír el recordar mi infancia, mamá se dio cuenta y con ternura me abrazó más fuerte. Mi vida cambió, esta vez regresaba a los estudios, te había prometido terminar el último año del bachillerato. La razón de mi nueva actitud, fue por la promesa a Carlos Manuel de conseguirle Visa, nadie lo sabía, estaba contento, si mi hermano salía del país, yo podía volver con Julia. Los meses transcurrían y un día visitó nuestra casa aquel quien fuera una vez Síndico en los tiempos cuando trabajabas en el Ayuntamiento Municipal. Lograste junto a él la Visa de Carlos Manuel. Qué alegría, se hizo un baile y mientras gozaban, en la oscura habitación, aquella que había compartido desde  la niñez con mi hermano, ahí donde unos años antes había perdido la inocencia, me reconcilié con Julia. Al claudicar la fiesta, reuniste a la familia y nos informaste de la hipoteca. La misión de Carlos Manuel, era trabajar y mandar dólares, lo suficiente y no perder la casa. Mi misión fue trabajar y mantener la familia, con esos fines alquilaste un terreno y compraste las cajas de herramientas. Fue lindo mi viejo, obsequiarme un taller.
Al emigrar Carlos del país, me aconsejaste, has esto y lo otro. Especialmente no podía seducir a mi prima. La familia la vigilaba, y cada día que pasaba era yo más temperamental, solitario y contradictorio. Controlaba a mi cuñada de una manera enfermiza. Nos veíamos fuera de la ciudad. Luego me sentí poseído de un apetito amoroso, fuerte y sano. Soñaba con una vida profesional e ir a la universidad. Tú mi viejo te oponías a ese modo de vida, me hablaba de Carlos Manuel, de mi madre, de los dólares, de no desear la mujer ajena. Pero quería estar con ella, Julia me transformaba en un ser encantador y gracioso; aunque en mí interior era duro y no aceptaba ningún compromiso. Eso siempre le molestó a mi prima, reprochaba que yo debiera ser su marido, fui el  primero en saber del embarazo y me lo había dicho para que la tomara como mujer. Pero no lo hice, ahora recuerdo a la familia, constantemente peleaba contra mí. Tío sacaba de vez en cuando un colín si no dejaba en paz a su hija, no lo hacía por ella, ni por la buena moral, sino por los cinco y diez dólares que le llegaban en cada carta. Se complicó más la relación familiar. Julia se mudó con sus padres y tú mi viejo me dabas  fuerza y valor, siempre fuiste un ser bondadoso y dispuesto al sacrificio; no me dejaste solo. Los meses sin ella era un cielo sin ángeles y sin Dios. Estaba incómodo, era un pobre diablo lleno de ansiedad queriéndole demostrar a los demás que mi vida estaba llena de amor sin Julia. Esa actitud me enfermaba. Empecé a tomar, cada botella de alcohol sacaba el sufrimiento más profundo de mi alma,  había maldecido tanto que creo haberla perdido, lo sacaba de allá, de aquel abismo oscuro y desdichado que estaba en mí. Así quería estar, que Julia supiera de mi sufrimiento. Varias veces recibí correspondencia en papelitos, recuerdo uno. “Mi amor no tome más, cada vez que me encuentro contigo así borracho, siento que mi amor por ti va muriendo. Siempre te he amado por ser alegre y trabajador”. Hasta tú mi viejo me admiraba por trabajador. El taller estaba abandonado y decidiste venderlo. Desde ese día el dinero escaseaba y era difícil un trago. Pensé, dejar la bebida y reconciliarme con la familia, ser más astuto y engañar a todos para verme a escondida con la mujer de mis sueños. Era tarde mi viejo, Julia estaba embarazada de Luis, de ese maldito que tanto golpes no habíamos dado desde niño. Él la mudó y Carlos Manuel dejó de escribir y de mandar los dólares. Tú casi enloqueciste al ver que nuestra casa hipotecada se iba a perder. Lloraste, hasta mamá lloró y nunca la había visto llorar. Yo enloquecí y vendía los ajuares de la casa y tomaba. Cada día era una eternidad, no llegaba el día de mi felicidad. Tomaba, tomaba mientras tú paseabas con tu nieta buscando ayuda con tus viejos amigos del Ayuntamiento, ninguno te pudo ayudar, ni el ex – síndico, ni la suerte. Desde lejos veía que lloraba en la habitación abrazando a tu nieta, abrazando quizá a mi hija, abrazando a la niña que yo nunca amé por estar buscando el amor de su madre. La niña era el único trofeo de amor en la familia. Tú lo sabías y la abrazaba junto a mamá cada vez que llegaba la mensualidad para el pago. Mamá escribía, todos los días mandaba sus cartas; pero Carlos Manuel no respondía.
Una noche enloqueciste, tenía que entregar la casa, el hogar de tu vida, el hogar que siempre soñaba con tu escobillón  al hombro barriendo cada calzada y contén de cada barrio y sin ton ni son te sonríe la suerte, el número sesenta y  siete te da lo soñado. No había forma, tus sueños no eran pesadillas sino la misma vida despedazándote poco a poco. Tomaste cada uno de los recibos de pago de la hipoteca y con ellos incendiaste la casa, la gasolina distribuía las llamas mientras los gritos despertaban desde el fondo de mi conciencia embriagada, el pánico. Despertó en mí el temor a la muerte, aunque era ya un muerto que pasaba por la vida sin ton ni son. El incendio sumergía a la altura hacia la iluminación de sus llamas que a la vez me quemaba los ojos. En verdad, no desperté por los gritos, lo hice porque los ratones cruzaron sobre mí,  escuché la voz de mi madre. Lloré, mamá donde está... donde está... Lo busqué a ambos y no los encontrabas, sólo escuchaba las voces  de auxilio pero no podía hacer nada, el aire se desvanecía, el humo me provoca tos y mi piel no resistía el calor y me desmayé. No, no me había desmayado, vi  a los bomberos socorrerme. Todo quedó en cenizas y con los muros ennegrecidos. Los amigos me decían que te sentabas a llorar y sin comer frente a la ruina. Mientras tú añorabas lo perdido papá, yo cumplía condena de veinte años. Por la ventana de la prisión observaba un edificio en construcción, “miren muchacho, a tres manzanas de allí vivía yo”. Los presos no se inmutaban; pero yo seguía mirando y traté de olvidar. No a mi madre que tanto lloró en el juicio pregonando mi inocencia. No pude olvidar a Julia y a tu nieta.
Las prisiones son duras, dicen que son para reformar y educar a los delincuentes. Solos los presos saben que están para castigarnos. Lo peor de la prisión no era estar enclaustrado sin salir al patio,  era que cada domingo nunca llegaba visita. Las madres nunca abandonan a sus hijos sin importar si es un desgraciado; pero mi madre nunca fue, estaba enferma. Ocho años después  me enteré de su muerte. Ese día lloré porque me parecía que había muerto en ese instante. Me acerqué a la ventana gritando, mamá... y  vi un perro flacucho y sarnoso que buscaba de comer en un basurero, yo seguía gritando y llamaba a mi madre, ay madre mía no sabes cuantos te amé, ese día quería ser aquel perro y correr a donde ustedes, no quería se un perro para ser libre. Sin importar donde estuviera, sólo quería estar con ustedes papá, quería levantarte de esa esquina frente a la ruina de nuestro hogar y llevarte a volar chichigua, boxear y verte reír mi viejo. Pero no;  mientras gritaba la muerte de mamá nada más escuchaba la queja del provot.
No piense que hoy te recuerdo sólo porque he salido de la cárcel o porque los mendigos tengan algún significado para mí, no papá. Lo que pasa es que hace media hora que te di la limosna y al no reconocerme porque tiene tu único ojo casi ciego por la quemadura, me ha cogido con llorar y recordar los buenos y los malos tiempos. Hace un rato cuando venía hacia acá recordaba la canción. Mi pueblo ya  no es pueblo/ es una ciudad cualquiera/ con los edificios altos/ y con largas carreteras./ Mientras tarareaba vi a los lejos en una tienda de variedades a Julia ¿Quién podía saber el daño que nos hizo? Ahora te veo sentado en ese lugar donde estaba nuestra casa,  detrás de ti una gran tienda de electrodomésticos y un señor fuerte de unos cuarenta y cinco años abrazándote y riéndose contigo. Te montas en su Mercedes Bentz y el hombre se detiene y mira a su alrededor con añoranza, de su cuello pende una cadena enorme y un medallón que dice Carlos. Adiós mi viejo, al fin has atrapado la suerte a tus sesenta y siete años de edad. Que te vayas bien y acuérdate que la vida normal es una falsa, no podemos seguir las ideas ajenas de hombres y mujeres plastificados por la sociedad. Viejo, aunque sean nuestros hijos.