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miércoles, 29 de junio de 2011

Cuento: Segunda Oportunidad


                                                  Sandra Tavarez 

  Las calles de la ciudad lucen despejadas a estas horas de la mañana, mientras conduces tu vehículo en dirección a tu trabajo, vas organizando mentalmente tu agenda para el día; los números en el semáforo te advierten que va a cambiar a rojo, así que aceleras y entonces sientes el impacto. Tu vehículo empieza a dar vuelas en todas direcciones hasta que se detiene contra un poste del alumbrado público. Estás aturdida. No puedes ver; pero escuchas voces que se acercan apresuradamente y una vez junto a ti, alguien asegura que estás viva. Te trasladan a un hospital y ya en el área de emergencias todos corren en tu auxilio y entonces te desvaneces.

    Despiertas, y la sonrisa en el rostro de tu madre te asegura que estás bien. Esto te tranquiliza; sin embargo, preguntas qué sucedió. El doctor te confirma que has estado en el hospital por tres días y que debes permanecer uno más.
Sales del hospital y una semana después te diriges a tu trabajo. Recuerdas las palabras de tu madre quien asegura que Dios te ha dado una segunda oportunidad. Entonces recuerdas la propuesta de Eduardo de hacer el tours por Europa que habían planeado desde los lejanos días universitarios. Decides que hablarás con tu jefe y le solicitarás unas vacaciones.
     Llegas a la oficina y entre la cantidad de papeles que se han acumulado y los 167 e-mail que tienes en la carpeta, todos importantes, algunos urgentes no sabes que atender primero. No obstante, sabes que en una semana tendrás todo al corriente de nuevo. Dejas todo como está y te diriges a la oficina de tu superior para explicarle que quieres tomar vacaciones dentro de quince días. Él, en su tono más elocuente, te recuerda que has estado fuera durante muchos días, por lo tanto, sería imposible siquiera pensar en ausentarte. Te quedas sin aliento. Regresas a tu oficina. Paseas vagamente la vista por el montón de papeles en tu escritorio. Escribes una carta con tu dimisión. La entregas y te marchas.
Un viento nuevo toca tu cara al salir y decides que vas a aprovechar tu segunda oportunidad. Llamas a tu amigo y empiezan a organizar los preparativos para el viaje. Dedicas algo de tiempo a tus familiares. Notas que la mayor de tus sobrinas, ya tiene tu estatura y lamentas no haberla visto crecer. Entre gritos, música estridente y peleas infantiles, no extrañas la soledad de tu apartamento. Quizás por eso te invade cierta nostalgia cuando abordas el avión con destino a París. Una vez allí la magia del Viejo Continente te atrapa y te dejas envolver por aquella mezcla de culturas, paisajes y monumentos. Mientras atraviesas el Canal de La Mancha descubre que, por primera vez en mucho tiempo, eres feliz. Y lo gritas. Todos en el Ferry parecen estar de acuerdo contigo y tu amigo Eduardo te aplaude.
Al llegar a Ámsterdam, la realidad sobrepasa tu fantasía y tu vista queda perdida en un mar de tulipanes: primero rojos, luego amarillos. En medio de aquel espejismo, Eduardo se te acerca como nunca antes, rodea tu cintura con su brazo, toca delicadamente tu cabello y te besa, por eso no alcanzas a ver los molinos de viento.
El viaje continúa, pero al llegar a Viena sabes que todo ha terminado.
Abordas el avión con destino a casa. Ahora vas de la mano de quien fuera tu mejor amigo.
Llegas a tu apartamento y decides que es muy tarde para llamar a tu madre. Aunque estás loca por contarle acerca de tus planes matrimoniales. Sientes un ligero dolor de cabeza, tomas una ducha y te acuestas. El cansancio, termina por dormirte.
Una claridad inusual en tu habitación te despierta. Sin entender lo que pasa, abres lentamente los ojos. El dolor no te permite ver con claridad, pero divisas una sonrisa en el rostro de tu madre quien con lágrimas en los ojos, llama a voces al doctor diciendo que por fin habías despertado.