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viernes, 16 de octubre de 2020

Miguel Cabrera: Fragmento de la novela: Cuando éramos indios y los cuentos: El sangrú y el El cieguito les vio.

MIGUEL CABRERA: Nació en Santiago de los Caballeros, en julio del año 1951. Realizó sus estudios básicos en su ciudad natal. Obtuvo la licenciatura en Educación, Mención Ciencias Sociales, por la Universidad Tecnológica de Santiago (Utesa). Fue profesor del Liceo Secundario Colorado. Miembro del Taller de Narradores de Santiago. Segunda Mención  en el área de cuentos: FUNGLODES/GFDD 2012.

 

Fragmento de la novela: Cuando éramos indios.

...percibo los pasos de alguien. Es Mariachi, el hijo de padrino se acerca, y trae consigo una silla de guano en una mano y en la otra un paraguas, se coloca cercano en actitud confidencial, y me llama por mi nombre. Escruta a todo lado de forma misteriosa. Vuelve a llamarme, “Ruperto Jerónimo”. Yo le miro con atención. Él insiste en repetir mi nombre.

-Ruperto Jerónimo, debemos hacer algo. En el sur se pelea. Dicen que los militares muertos los llevan a Santo Domingo por camionadas.

Sin preámbulo y con emoción me dijo esas cosas. Le miro a los ojos. Me hizo entender que había conversado con varios jóvenes y pensaban apoderarse de las armas de los militares. Según, él, tienen ubicados a los trece soldados. Con trazados gráficos y con grandes rasgos me explica el plan. “Les sorprendemos y les atacamos con machetes. Así levantamos un frente por esta área. ¿Qué dices, Ruperto Jerónimo? Porque fíjate…”. Detiene su decir, y vuelve a escrutar, hago lo mismo, sé a lo que nos exponemos. Al comprobar que seguimos solos, planteó que necesitaban un comandante; en la creencia que yo podría ser por estar más preparado que cualquiera de ellos viene a sonsacarme. Como se calla y creo que espera por mí, le expuse lo que pensaba sobre la guerra. “Guerra significa muerte, violencia, destrucción. Al disponer de la vida de otro se comete homicidio. Soy de la teoría que un muerto genera homicidio por donde quiera, al ser muerte violenta. Acepto que el individuo muera por longevo. La ancianidad es lo único que no es violento. Por lo demás, no soy partidario de la violencia, aunque las decisiones políticas y de estado asumidas por este gobierno, me hacen variar algunos enfoques que resultan básicos para comprender el presente de nuestra sociedad y la complicada proyección para lo mediato e inmediato. Parejo le hago saber que en lo fundamental no creo en la violencia. Considero conveniente el trabajo - político - ideológico con las masas, para el logro de los objetivos. Es decir, el uso de las palabras y la exposición de las ideas”.

En cada morfema que expongo no dejo de observar a Mariachi quien mira con atención. Podría decirse, con preocupación. Le veo rascarse la cabeza con frecuencia. Continué diciéndole que lamentaba que tuviera que oír esto, pero de las acciones adoptadas por el Coronel de Abril no era partidario. Le expresé que le respetaba por la defensa de la Patria que les impuso a los gringos colonizadores. Yo entendía, fueron otras circunstancias. En estos momentos, hubiera sido preferible que él estuviera aquí con la orientación política que tanta falta nos hace. Le atribuía la estatura moral para indicarnos el camino político más propicio. Era del entendimiento que, Manolo Tavárez Justo, debió ser para él espejo donde mirar. Le supliqué a Mariachi que observara que de la aventura propuesta por él, seguro que saldrían varios moradores muertos y otros encarcelados. De guisa que, los que participen se comprometen y parejo los familiares más cercanos. Pasé a formularle las siguientes preguntas: “¿Cuál es la preparación militar que ustedes, o en mi caso, yo tengo? Ninguna. ¿Quién tomará el poder si derrocamos al tirano alimaña? Después del caos, producto de esta contienda, ¿quiénes serán los culpables de los crímenes cometidos hasta ahora?”. Sin esperar respuestas, le especifiqué, “sólo te formulo unas que otras preguntas. No es que tengo previo un programa hecho”. Me adelanto a decirte que acontecerá igual a la muerte de Trujillo. No me atribuya preceptos adivinatorios o cosa a semejar, no. Los mismos trujillistas nos gobiernan. Los que pelearon por la Patria en el 1965, en su mayoría o están muertos, o deportados, o en las cárceles como presos políticos de este régimen opresor. El trujillismo en otra faceta. Escucha y entiende, hoy nos rige el trujillismo en otra etapa. Abrumado, dijo:

-Pe… pe… pero Ruperto Jerónimo, algo hay que hacer. No podemos quedarnos así. Sería cómo si nosotros fusiláramos al Coronel de Abril y a los valientes que les acompañan.

Llamé su atención para que comprendiera que sin una ideología definida y asimilada por los que las utilizarán, el proceso es traumático. Que esas especulaciones que ruedan por radio bemba eran idénticas aquellas de Enrique Blanco, donde no hubo abuelo que no narrara anécdotas sobre él, en verdad, las escucharon de otros y asumieron el papel protagónico y dijeron: <<Me encontraba yo en tal sitio, cuando aconteció que llegó Enrique Blanco y me dijo…>>. Así acontece ahora, Mariachi. Qué los guerrilleros son tanto; qué no es verdad que el Coronel de Abril iba a venir con tres gatos; qué son cuentos del gobierno para ver quién se mueve; qué pititín; qué patatán. Qué llevan los saldados muertos por camiones. ¿En dónde se ha visto tal despropósito? ¿Acaso son dos ejércitos que están enfrentados para producir camiones de muertos? Fíjate lo que tengo en mis manos, Mariachi, un libro sobre la Historia Universal. Único gurú que nos puede explicar las cosas acontecidas tiempos atrás, las que acontecen y lo más maravilloso, las que pudiesen acontecer con el porqué. En estos momentos le veo desorientado, abrumado. Desolado en su totalidad. Seguí en actitud paternal, y le indico que a mi parecer, el Coronel de Abril vino con un grupo de hombres a sacrificarse para que el pueblo dominicano comience a visualizar quiénes son los amigos, y quiénes los enemigos encubiertos. Hice hincapié en señalarle que en el estudio socio -histórico – político – antropológico, estaba la respuesta. Le supliqué que no se arriesgara a morir de manera inútil; le hablé de un porvenir donde podrías hacer grandes aportes a ésta comunidad si alcanzara liderazgo. Le pongo la mano en la rodilla izquierda, le miro a los ojos y le escuché, decir: “Ruperto Jerónimo, no seas injusto, no debemos dejar que el Coronel de Abril muera así sin el apoyo del pueblo. Él confía en el historial de lucha que ha tenido el pueblo dominicano. Su abnegación en la lucha del puente Duarte, en las diferentes proezas contra el imperio. ¡Ayudemos al Coronel de Abril, no le dejemos morir!”.

Mariachi, muchacho fuerte, de anchos hombros, de fisonomía pasable: gruesos labios, ojos grandes, pelo crespo, nariz y frente ancha. Rígido en los planteamientos. No es dado a la bufonada, no sabe de broma. Dado a pensar lo que dice; cuando dice es firme en su convicción. De alta dotes morales y patrióticas. Asiste en horas de la mañana a la escuela secundaria en Jánico, y se traslada a ella todos los días con entusiasmo en su motocicleta. Es el encargado de la finca cafetalera de padrino con extensión de quince hectáreas. Me sentí conmovido el oírle compungido. Pese a todo, no debo desistir, tengo que actuar con corrección.

-Te equivocas una vez más. No va a morir y mucho menos en vano. No.

 


 Le expliqué que el Coronel de Abril vivirá en el corazón del pueblo que le vio luchar contra el imperialismo en lucha desigual, heroica, patriótica. ¡Como luchan los hijos de la Patria! Y, mientras no obtengamos la liberación Nacional, él existirá como ejemplo a seguir; ya la Patria liberada, será de los héroes nacionales, chispa inspiradora de esa hazaña. Le pedí que se fijara que somos prisioneros. El Señor Cura, el Señor Síndico, el sargento y los guardias que son campesinos o hijos de campesinos, nos miran como los enemigos.
“¿Por qué acontece esto?”. Sencillo, le respondí, “amigo Mariachi, no nos une una ideología única. Asumimos posturas de otros a la mínima oportunidad. La burguesía, crea falsas ilusiones en las mentes de los más débiles y en consecuencias respondemos en contra de los verdaderos intereses, por defender las poses que nos hacen creer que son las nuestras. Vete a la casa Mariachi, estate tranquilo, estudia y aprende, para cuando llegue el momento. Éste no es”.

Cabizbajo se marcha, le acompaña el libro que le presté a condición de devolvérmelo. Tengo la percepción que no lo hizo convencido del todo. Me quedé pensativo. A lo poco reinició la lluvia con nuevo bríos su continuidad. Dos días pasan y me percato de mi percepción primera. Por intuición despierto en horas de la madrugada. Busco la linterna y salgo de la habitación abrigado, el frío es adormecedor, la pluviosidad es manifiesta. Percibo un abejeo, murmullos de personas que dicen cosas para sí. Inquieto, pensé mil cosas. Sigo sigiloso por el pasillo. Voy a la expectativa. Ubico las voces musitadas en la cocina. Mil pensamientos calentureados me circundan la imaginación. ¿Acaso penetraron desconocidos? ¿Hubo mi padre arriesgado la seguridad de la familia con una reunión clandestina? Me acerco cauteloso. Al penetrar, las voces callan. Bajo la tenue luz de la vela, las imágenes fantasmagóricas de Mariachi y mi padre que murmuraban; calidoscopio que la brisa logra por los juegos de la luz de la vela en las paredes de la cocina.

Pregunté, ¿Qué sucede? con inaudibilidad casi de la voz, pero enérgica. Mariachi –Su nombre de pila es Mario, pero todos así le llaman- apenas si me escuchó y respondió con el mismo discurso expuesto días atrás en el jardín de la casa. Sin dejarle concluir, respondo sin vacilación: “¿te volviste loco? ¿Crees que una revuelta puede hacerse así por así? Recuerdas que al hablarme de eso anteayer, te dije mis puntos de vista. Nos compromete con tú sola presencia a estas horas peligrosas. Ven acuéstate, por favor. Salir y que te encuentren, pone en riesgo tu vida y las nuestras por igual”.

-Mario, no mates a tu padre, mi compadre Juanico Jiménez. Quédate, hasta que avance el día y quítate esos pensamientos de la cabeza. Piensas el riesgo que corriste con venir. Si te encuentran te matan. No lo dudes. Te matan, Mario. ¡Te matan!

Mi padre decía esto último, sin mirar a Mariachi, su mentalidad estaba lejos, parece que rememoraba aquel día en que mataron a Pichirilo, el hermano de Mariachi.

{Eran horas de la tardecita, el tiroteo es intenso, el enemigo atacaba con tanques de guerra. El combate pasaba de las veinticuatro horas. El canto de muerte de las armas pesadas imponía su melodía aterradora. Enfriaba la sangre a cualquier bizarro. Pichirilo estaba a mi lado atrás de un terraplén, disparaba con ardor y puntería de indio bravío. Los ayees prorrumpían por doquier. Se mezclaban con el silbar mortal de los proyectiles. La parca hacía sentir su presencia al pasar zumbando, ya tras de una bala de fusil máuser o encima de un obús, otras veces se detenía privando a cualquier desgraciado del aliento vital, al ser disparada por una 30-30. Ocasión oportuna para la acción de los camilleros, valientes muchachos que desafiaban el terror de la muerte para prestar auxilio a quien lo demandara. Sólo el amor a la Patria enajenada hace que el más humilde de los hombres o mujer se lance al frente de batalla. A estos actos de heroísmo que paren los genuinos héroes de la Patria marchitada, surgen por amor infinito a la tierra}.

 

Mariachi calla, le conduzco a mi alcoba. En un rincón se colocó en posición fetal, encima de la frazada que le cedimos. No quiso subir a la cama. No dijo nada más. Fue la última vez que le vimos y el primer muerto en manos de los guardias. Al subsiguiente día, los militares y el Señor Síndico convocaron al conglomerado e informaron de las supuestas coyunturas. Según el informe emitido, cinco jóvenes intentaron armados con machetes y puñales, emboscar una patrulla de dos militares en horas de la madrugada. Dijeron que en el intento, Mariachi y otro llamado Juan Liborio, cayeron al ser repelidos por los que llamaron: <<Diestros soldados de la patria, quienes en cumplimiento del deber, actuaron para salvaguardar la tranquilidad de la comunidad y la paz del pueblo en general>>. Los otros escaparon. <<Se está en su persecución>>. Les acribillaron en el monte.


El sangrú.


          El sonar del segundo timbre en la mañana, es inequívoco indicativo de recreo.  Los pasillos se  repletan de estudiantes del bachillerato que se movilizan para satisfacer sus  necesidades.  Amaró  Vélez  es uno de ellos,  esperanzados en  ingresar  a la facultad de leyes. Con ese interés frecuenta el Palacio de Justicia; allí observa actuar los profesionales del Derecho. Siente admiración por Negro Veras, por su defensa a los <<desarropados>>. Visualizándose en defensa de los <<hijos de machepa>>.    
          Al sonar el timbre, sale  a desayunar. En el trajín, observa venir una joven señora embarazada muy sonriente, que sostiene con ambas manos su abultada barriga. Al llegar  frente a ella, le sonríe y  amablemente,  dijo:
          -¡Qué hermosa barriga, tiene usted!
La señora se detiene, y él hace lo mismo. Ella pregunta:
          -¿Le gusta, mi barriga?
Le sorprende la interrogación, por lo inesperada. Reponiéndose, alardea de buena educación:
          -¡Claro que sí, es muy hermosa su barriga! –Su emoción es tal, que se obliga  a contener el deseo de acariciarla, y hasta de pegar el oído, para escuchar  si la criatura se movía.
La sonriente  señora,  con mucha picardía,  le suelta:
          -¡Mi marido es quien la hace! –Riéndose,  reinicia su andar.
A Amaró  Vélez  se le desdibujó   la sonrisa educada ensayada.  Perdió el apetito, y retorna al Liceo. En el aula, se siente zaherido, parejo se hizo la firme promesa, “en lo adelante, jamás volveré a ser galante”.
          En los barrios capitalinos, hoy se le conoce como el sangrú. 

 

El cieguito les vio.


-Compadre, mañana doy por terminado el trabajito; por lo que pienso, pasado mañana lunes, debiéramos darnos unos tragos con el Cieguito. ¿Qué le parece?

-¡Buena la intención, pero tardía la ocasión! Compadre.

-¿Qué pasa, compadre? -Interroga Quico, intrigado.

-Le cuento -dice Felo-, usted sabe que todos los lunes había un fiestón. El Cieguito llevaba más de diez años en ese trajín. Pero hace más de un mes, no hay fiesta. -Una pausa y mira fijamente al compadre.

-¿No? ¿Por qué dejaron de hacerla? –Interroga, el compadre, Quico.

-Óigame, en un momento de apogeo de la última fiesta, con la presencia de ciertos jorocones de la administración pública acompañados de personeros a los Figuereo Agosto, y todos agachaos con sus muchachotas… el Cieguito, dijo: “Un saludo muy cordial de parte de los muchachos del conjunto a Zutano y Perencejo, a quienes veo por ahí con par de hermosas rubias”. Compadre, sucedió igualito que en el setenta y tres, cuando anunciaron la llegada del coronel de Abril. Usted se acuerda. Se armó tremendo huidero, y a la media hora no había una sola mesa ocupada.

-La verdad, que no entiendo, compadre, ¿por qué?

-¡Santa Catalina de los Baños! -Se alborota, Felo-. ¡Compadre Quico!, pero si el Cieguito está mirando a los bailadores, ¿qué usted puedes esperar de los otros?

-Aquiétese, compadre, aquiétese; El que no sabe, es como el que no ve.


















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